La propiedad pública es una estafa: no es de todos, es del Gobierno
En España el liberalismo no tiene buena prensa. Y es lógico, no se entiende el ser español sin el catolicismo y el liberalismo tiene una raíz filosófica claramente anticristiana: relativista, es decir, desesperanzada, racionalista, es decir, poco razonable. Ahora bien, el gran pensador cristiano Chesterton fue miembro del Partido Liberal inglés.
Es cierto que, al final de su vida, aseguraba, con gesto cansino, "sí, aún creo en el liberalismo pero añoro aquellos rosados días en que también creía en los liberales". En otras palabras, como católico no puedo creer en la filosofía liberal pero sí en el liberalismo económico. Y aún así hay que distinguir entre cosas bien distintas a las que igualmente calificamos como liberalismo económico. Para no extendernos, lo principal es esto: no es el libre mercado el que asegura la libertad del hombre sino la propiedad privada. Porque, ¿de qué sirve el libre mercado si no se tiene nada con lo que mercadear? La propiedad privada es lo importante, es la fibra. Y naturalmente una propiedad, como recordaba Chesterton, tenía que ser privada y pequeña. De otra manera, estaremos practicando la curiosa tendencia de esas doctrinas que son como los cedazos que retienen la arena y sueltan el oro. La propiedad pública es una estafa: no es de todos, es del Gobierno.
Ahora hay mucho liberal de mercado y poco liberal de propiedad privada. Esto es un grave problema para entender el liberalismo y su posible encaje con el cristianismo, que lo tiene. Se trata de los financistas, que se dicen liberales y sólo son capitalistas. Hablo de los profesionales de los mercados. Por ejemplo, uno de los más famosos en España es el intermediario Daniel Lacalle (en la imagen). Él se define como liberal y de esta guisa: "Un liberal es el que defiende para el Estado lo que quiere para sí mismo y su familia: libertad y oportunidad. Los intervencionistas piden para el Estado lo que jamás se atreverían a hacerle a sus hijos: endeudarse, gastar por encima de las posibilidades y pasarle la factura a sus nietos. Un liberal es aquel que defiende un modelo de sociedad abierto, con bajos impuestos y meritocracia, que permite a las personas y empresas crecer y ser solidarios sin imponer el paternalismo asistencialista. Que incentiva el progreso económico desde la eficiencia y la libertad". Todo eso es cierto pero no es la clave del liberalismo. Como liberal, no me gusta el Estado, pero no porque sea público sino porque es grande. A un liberal lo que no le gusta es lo grande. La libertad y la meritocracia me la arrebatan tanto el Estado público como los grandes oligopolios privados. O con Chesterton: "¿Qué más me da que todas las tierra del condado sean del Estado o sean del Duque de Wellington? El caso es que no son mías". Como a Lacalle, no me gustan los impuestos, pero si los impuestos son necesarios para pararle los pies a los abusos de los grandes operadores privados entonces sí me gustan. Como decía Chesterton: si una empresa crece en demasía fríala a impuestos o trocéala hasta que vuelva a ser pequeña.
En suma, el debate del liberalismo no está entre lo público y lo privado sino entre lo grande y lo pequeño. Lo de Lacalle no es liberalismo es simple capitalismo. A día de hoy, peor que capitalismo: financismo. Eulogio López eulogio@hispanidad.com