Sr. Director:
En realidad la palabra del año no es ‘confinamiento’, sino ‘confinados’. No es algo etéreo, no es un ‘aislamiento temporal y generalmente impuesto, por razones de salud o seguridad’. En cambio ‘confinado’ es ‘la persona que sufre una pena de confinamiento’ y en ello está media humanidad. Somos personas que estamos sufriendo una pena, ‘condenados a vivir en una residencia obligatoria o recluidos en algún lugar’.
Llevamos muchos meses así, como para que nos digan que esto va a durar poco y ‘saldremos más fuertes’, cuando ya sabemos que está durando un montón y que provoca muchas situaciones, como mínimo de estrés, si no caemos en algo más grave.
Lo más fácil y verdadero sería decir: no tenemos ni idea de lo que vaya a pasar, ni de cuando acabará, ni de cuando podremos reencontrar una cierta normalidad. Se ha instalado el eufemismo de las palabras vacías como relato principal, y, al cabo de tantos meses, resulta ya insoportable. No parece que nadie se crea lo que dicen los que mandan y, en cambio, se está produciendo una grave desafección.
Que la cosa es grave resulta evidente y que no se arregla con paños calientes, también. El ministro responsable se va a Cataluña, no porque esté ya todo resuelto, sino por no se sabe que razones inventadas de que el pueblo se lo pide, cosa que ya veremos, los últimos datos parece que dicen que no: nadie, excepto su más allegados piensa que va a ser mejor como diputado regional que como ministro.
Y ha habido dedazo otra vez, sin consultar con nadie que pudiera llevar la contraria, a oscuras, como si fueran algo inconfesable las razones del cambio, y sin que los sufridos ‘confinados’ podamos decir ni ‘esta boca es mía’. A aguantarse, a soñar con que suceda repentinamente algo mejor que lo cambie todo, y a seguir confinados en Dios ‘sine die’.