Sr. Director: Sin embargo, entiendo perfectamente a la profesora de Marchena que, harta ya de estar harta, ha manifestado que "no le pagan por aguantar" como, al parecer, le espetaba el padre de una alumna. Y suscribo totalmente su arenga. Yo soy catequista de chicos y chicas de 4º de ESO y 1º de bachiller. Los preparo para recibir el sacramento de la Confirmación. En la última reunión, cuando llevaba veinte minutos intentando hacerme con su atención, recogí mis bártulos, me puse el abrigo, y me marché. La catequesis, a diferencia de la enseñanza reglada, es una actividad voluntaria, a la que vienen sin haber sido forzados por nadie. He procurado asegurarme de ello. Desde que empezó el curso he intentado centrar el sentido que tienen nuestras reuniones. He intentado hacerles ver que mi presencia responde a un compromiso personal hacia ellos. Que me siento impulsado por mi Fe y que me considero un instrumento del Espíritu Santo, Ese que pretenden recibir cuando celebren el sacramento. Tengo claro, y así se lo he intentado hacer ver, que la verdadera conversión se produce cuando tiene lugar un encuentro personal con Dios, y que mi cometido consiste en propiciar que ese encuentro pueda llegar a tener lugar cuando se dispongan en intimidad ante Él. Nuestras reuniones, naturalmente, no pueden articularse al puro estilo académico. He intentado conversar con ellos, les he proyectado videos, presentaciones, he procurado plantear un debate –a modo de dinámica– para que un grupo defienda una postura y otro su contraria, les he invitado a que ellos me indiquen el tema que quieren tratar. Que me planteen sus interrogantes. Les he abierto mi intimidad, dando testimonio de mi vivencia de fe y de mi experiencia de ese encuentro personal con Dios. Algunos me dirán que no soy buen catequista, y seguramente llevan razón porque no soy bueno casi en nada; aunque hago lo que buenamente puedo. Quizá sea éste el motivo por el que mis chicas y chicos, esos que van voluntariamente a las reuniones, están más pendientes de organizar merendolas que de lo que yo les pueda decir. El teléfono móvil es su centro de atención permanente. Risas, jueguecitos, conversaciones particulares entre ellos; todo al margen de lo que yo pretenda decirles. Sus permanentes comentarios, más o menos graciosos, casi siempre están fuera de contexto. La puntualidad es una excepción. Las ausencias, más o menos frecuentes, se justifican pobremente. Con los padres me gusta tener, al menos, una reunión en el curso. Yo tengo referencias por lo que sus propios hijos me han dicho en un cuestionario que les paso al comienzo de curso. Pero me parece importante conocerlos personalmente y que me conozcan a mí. Que sepan por dónde pretendo llevar la actividad y cuáles son los principios por los que me rijo, que no son otros que los de la doctrina católica. Como es un grupo complicado, me apresuré a tener la reunión en el primer trimestre. Pensé además que sería positivo que asistieran también los hijos, puesto que pretendía hablar del sentido de la catequesis y, probablemente, en presencia de los padres, al menos en esta ocasión, estarían atentos al tema. Todo trascurrió con normalidad durante tres cuartos de hora; es decir, escuchándome como si estuvieran ante una homilía. Pero en el último momento, expuse un decálogo sobre presupuestos al educar. Uno de ellos era que dominar las inclinaciones no es reprimir, sino aprender a ser dueños de nosotros mismos. En el fragor de mi exposición, argumenté que yo mismo debo dominar mis inclinaciones si miro con ojos lascivos a mi secretaria, y que todos estamos expuestos a las tentaciones de todo tipo. ¡Para qué dije más! Fue como si la olla no hubiera podido aguantar más la presión. Toda la reunión se redujo a mi actitud machista y a la falta de consideración hacia las secretarias. Al parecer "yo estaba fuera de la realidad". Cuando en realidad, yo mismo he conocido más de un caso como el que estaba refiriendo. La próxima semana volveré a la catequesis; aunque también yo, como la profesora de Marchena, y tantos y tantos que nos situamos ante la educación de los nuevos adolescentes, soy víctima de la falta de respeto, la mala educación, la desconsideración y el menosprecio. La próxima semana volveré, por muchas razones, algunas de ellas han sido ya aludidas. Pero hay otras, como que cada uno de estos chicos y chicas es un universo de circunstancias con las que ellos y yo debemos lidiar. Cada uno estará rumiando la situación, forzada por mí, de manera diferente; y tarde o temprano, aunque sólo sea uno, recapacitará y le quedará grabado que la caridad hacia el prójimo hay que practicarla empezando por respetar y apreciar al próximo. José Manuel Contreras