Sr. Director:
Desde el jueves de la Ascensión, la Iglesia celebra el Decenario al Espíritu Santo. Diez días de preparación para la fiesta de Pentecostés, una de las más importantes de la Iglesia. Es, también, el Día del Apostolado Seglar. En la Vigilia de Pentecostés, se unen en oración, las distintas asociaciones católicas laicales junto al Obispo. Este año, debido a la pandemia del coronavirus, en España no habrá celebraciones multitudinarias. En el Vaticano, después de varios meses de confinamiento, el Papa rezará en público el “Regina Coeli” el Día de Pentecostés ( 31 de mayo) . La oración puede vencer la pandemia y lo que pudiera destruir la paz. “España se salvará por la oración”, dijo el Corazón de Jesús a Santa Maravillas.
Del Espíritu Santo, muchos no saben nada, pero les suena el nombre porque se invoca en la oración del Gloria. Se trata de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad. Como el Padre y el Hijo, el Espíritu Santo es Dios. La Unidad y Trinidad de Dios es un Misterio, incomprensible para el hombre en este mundo. Al Padre le llamamos Dios Creador; al Hijo, Dios Redentor; al Espíritu Santo, el Paráclito ( Abogado, Defensor, Consolador). La gran mística Madre Trinidad Sánchez Moreno (ahora tiene 91 años), expresa con vehemencia que la persona del Espíritu Santo es “un Reventón de Amor” del Padre y el Hijo.
En cuanto a la esencia divina, Jesús le dijo a Santa Faustina Kowalska, que ni siquiera los ángeles podrán conocerla; que, a Dios, sólo podemos conocerlo por sus atributos. Pero la perfección de los atributos divinos es infinita, y la eternidad será corta para penetrarlos, e suficiente para amar a Dios como merece ser amado.
El Espíritu Santo es “Amor”, “Fuego”, “Fuerza”, “Unción”, “Agua Viva”. Se le representa por símbolos; uno de ellos es la paloma (en esta forma apareció sobre Jesús en el Jordán). Es “Fuego” que purifica; “Amor que transforma los corazones y los hace misericordiosos; “Fuerza” que da vigor, valentía y aliento para obrar con rectitud; Agua Viva que genera vida espiritual y calma la sed del alma; Luz que nos ilumina interiormente; “Unción” que nos ayuda en la oración e impulsa a proclamar la verdad; “Consolador” incomparable en la aflicción, y, especialmente, cuando la persona sufre por obrar como Dios manda. Él es “Dulce Huésped del alma”, a la que convierte en su templo cuando vive en gracia. Es bueno invocarle cada día y suplicarle que nos conceda sus siete sagrados dones ( sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios) y sus frutos: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia, y castidad.
El Espíritu Santo es “la Promesa del Padre” . Cristo fundó la Iglesia sobre los Apóstoles y la consolidó el Espíritu Santo el Día de Pentecostés. El Santo Espíritu, les dijo Jesús, les daría a entender “todo” lo que Él les había enseñado.
Previo a la Ascensión, Jesús dijo a sus Apóstoles: “Permaneced en Jerusalén hasta que seáis revestidos de la fortaleza de lo Alto”. Se relata en los “Hechos de los Apóstoles”: Después de diez días “unidos en la oración «con María la Madre de Jesús» en el Cenáculo, vieron aparecer sobre ellos “como lenguas de fuego que se repartían sobre cada uno” ( fuera, se oyó un ruido atronador). Era la venida del Espíritu Santo, el Consolador, que les llenó de fortaleza para ser “testigos” de Jesús resucitado “hasta los últimos confines de la tierra”. De cobardes, se volvieron valientes y estuvieron dispuestos a cualquier sacrificio por Cristo, hasta el martirio.
A Angelo G. Roncalli, le gustaba invocar al Espíritu Santo: “Espíritu Santo, perfecciona la obra que Jesús comenzó en mí; apura para mí una vida llena de tu Espíritu; mortifica en mí la presunción natural. Quiero ser sencillo, lleno de amor de Dios y constantemente generoso. Que ninguna fuerza humana me impida hacer honor a mi vocación cristiana; que ningún interés por descuido mío vaya contra la justicia; que ningún egoísmo reduzca en mí los espacios infinitos del amor. Todo sea grande en mí, también el culto a la verdad y la prontitud en mi deber hasta la muerte. Que la efusión de tu Espíritu de amor venga sobre mí, sobre la Iglesia y sobre el mundo entero” (San Juan XXIII. Adaptación).