Sr. Director:
Quizás donde más descarnadamente se muestre la degradación de Occidente, sea en el tratamiento jurídico del acto voluntario de matar a los hijos en el seno materno. Lo que hasta hace apenas dos décadas era aceptado por una mayoría de ciudadanos como un mal tolerable en casos excepcionales, nos lo han transformado mágicamente en algo tan positivo como un nuevo derecho de la mujer, al módico precio de acabar con el ser humano más indefenso. Pero aun asumiendo la diferencia jurídica sustancial que existe entre un delito despenalizado en circunstancias límite, y su transformación en un derecho, conviene recordar que tan sustantiva diferencia carece de consecuencias en la práctica para sus víctimas más directas, ya que el resultado es el mismo: la muerte del inocente.
Y es que, desgraciadamente en España, desde hace bastantes décadas, bajo una ley u otra y se le denomine como se le denomine a eso tan «chulísimo» de trocear seres humanos, aquí se acaba matando todo lo que se puede: a unos cien mil cada año. Por eso, mucho fariseísmo demuestran quienes, habiendo gozado en su momento de suficiente capacidad legislativa y ejecutiva como para frenar esta carnicería, se rasgan las vestiduras porque el Tribunal Constitucional de Pumpido, ignorando su doctrina anterior, la declara como un nuevo derecho. Una carnicería que, además de pretender convertir a los médicos en doctos matarifes, es presentada como el exponente de una «democracia avanzada»; lo que tampoco se queda atrás en cuanto a fariseísmo.