Sr. Director:

La eutanasia -buena muerte, según la etimología griega- ha estado latente durante decenios, pero ha vuelto con mucha fuerza ideológico-política y con muy poco análisis ético-moral por sus consecuencias para un futuro. Se quiere vender que el acabar con una vida humana por acción u omisión y con la intención causar la muerte con el fin de eliminar el dolor, cualquier dolor, debe legalizarse y considerarse como un derecho, como en el caso del aborto se trata de considerar como derecho provocar la muerte y violar el derecho troncal y fundamental de la vida que tiene todo ser humano, más si es inocente e indefenso. Los partidarios de la eutanasia activa la presentan con falsas razones emocionales para justificarla y manipulan la cuestión con fines políticos, es decir por votos. La eutanasia es activa -es la que se quiere legalizar- cuando tiene como finalidad procurar deliberadamente la muerte de un enfermo: es pasiva cuando se suspenden las acciones terapéuticas que prolongan la vida del enfermo. Además. la eutanasia es voluntaria si se realiza a petición expresa del paciente; involuntaria si se aplica sin que el enfermo la pida o la desee.

El debate sobre la muerte del ser humano ha cambiado sustancialmente por diversas razones técnicas, legislativas y éticas, que van desde el progreso de la medicina, el permisivismo jurídico y las reivindicaciones individualistas. Cuando se habla del derecho a morir con dignidad, se quiere indicar que los individuos tienen un derecho legal para tomar por sí mismos las decisiones relativas a su propia muerte. La llamada muerte con dignidad, aparentemente no parece significar, poner fin a la vida de una persona, ni se identifica de por sí el ejercicio de la eutanasia. Pero la realidad no es como las presentan los partidarios de un derecho que no es tal. Pero la cuestión no es tan fácil cuando la abstracción de la muerte digna se aplica a la vida concreta de la persona enferma. El presunto derecho a la muerte digna supone algunos derechos como morir serenamente y con dignidad humana, la persona enferma no puede ser tratada como un objeto. Supone también rechazar el encarnizamiento terapéutico o los medios extraordinarios y desproporcionados de curación, el derecho a un tratamiento paliativo del dolor durante la enfermedad mortal: el derecho al testamento vital que explicita la propia voluntad sobre cómo morir y sobre los tratamientos médicos que se está dispuesto a admitir o a rechazar. Supuestas estas consideraciones el derecho a morir dignamente o el derecho a la eutanasia, resulta imposible y muy difícil de justificar desde el punto de visto de la moral, porque ningún valor está por encima de la vida humana. La decisión de vivir o morir no puede tomarla nadie, ni las personas, ni las instituciones ni los estados en nombre de otro y sin su consentimiento. La Iglesia católica siempre ha rechazado y rechazara la eutanasia voluntaria, permite, sin embargo, la omisión de aquellos medios recursos que se consideran desproporcionados, cuando sólo sirven para mantener una vida puramente vegetativa o cuando los pequeños beneficios que se pueden obtener quedan superados por otros sufrimientos mayores. Nadie se ha dado nunca a sí mismo la vida, porque el único dueño de la vida humana es quien la da Dios, por eso la Iglesia católica, contra viento y marea entre injustas y claramente reaccionarias, siempre ha defendido la dignidad radical de toda vida humana desde el mismo momento de la fecundación hasta su consumación natural. Porque el misterio profundo no es la muerte en sí misma que es la negación de la vida, sino las verdades definitivas: Juicio, Infierno, Gloria.