Sr. Director: En los años de vigencia de la URSS llamaba la atención el morrazo que le echaban los comunistas a su propaganda. Ellos, que se armaban hasta las trancas y sostenían unos gastos militares tremendos a costa de importantes carencias de sus poblaciones; que imponían en sus paraísos socialistas severos servicios militares; que no reconocían prácticamente ningún derecho humano a sus infra ciudadanos, que mantenían encerrados tras muros de vergüenza; sin embargo no se cortaban un pelo en proclamar en Occidente un discurso pacifista  y pro desarme, contra la obligatoriedad de los servicios militares. Eran los más sensibles para detectar cualquier mínima vulneración de los derechos humanos... fuera de los países comunistas. No resulta fácil entender que una estrategia tan burda funcionase, pero la realidad es que no fueron pocos los seducidos, que además se sentían superiores al resto. Se podría decir que los comunistas utilizaban las libertades de Occidente para propagar el comunismo y acabar así con las libertades y con Occidente. Pero ahora un fenómeno similar sucede con millones de personas que se han instalado entre nosotros y gozan de nuestros mismos derechos. Procedentes de países donde no se tolera y hasta persigue el cristianismo, se rechaza nuestra cultura, se abomina de nuestras leyes y donde la mujer que pasea sin velo por la calle es equiparada a una ramera; sin embargo, se va apoderando de ellos un sentimiento de queja que nos exige una mayor tolerancia aún hacia su religión, cultura, moda, costumbres y leyes, aunque muchas de ellas se opongan frontalmente a las nuestras. Se diría que quien los malmete y manipula, utiliza la tolerancia de Occidente, para acabar con la tolerancia y con Occidente. Y además, oh casualidad, están apoyados en sus reclamaciones por los mismos que anhelaban acabar con nuestras libertades. Miguel Ángel Loma Pérez