Sr. Director:
Me parece conveniente recordar en estos días previos a la Navidad que es importante la necesaria cultura del perdón que en la Iglesia no debería sofocar el impulso apostólico y misionero en tiempos líquidos, sino encarar el futuro con esperanza cristiana. Los obispos y los laicos confiamos en el perdón, en la gracia de Dios, y en nuestra capacidad de transformar el mundo.
Recordemos que el perdón es la buena nueva que viene desde el origen del hombre, que se rebeló contra Dios y tuvo que asumir su culpa ante su Creador. Brilla así en el Génesis la promesa del Salvador y los hombres tendrán que prepararse durante una larga peregrinación hasta la venida de Jesucristo. Los discípulos de Jesús estamos llamados a perdonar siempre aunque se haga difícil al espíritu justiciero que llevamos dentro: no solamente siete sino setenta veces siete.
La Iglesia administra el perdón desde el comienzo de su existencia y se puede decir con verdad que es la “comunidad de los perdonados”, a pesar de los pesares: Dios no se cansa nunca de perdonar, somos los hombres los que nos cansamos de pedir perdón, repite el papa Francisco. La Iglesia practica la “cultura del perdón” en particular mediante el sacramento de la Reconciliación como oferta permanente para los pecadores, es decir para todos, si bien tiene su aplicación eficaz para los bautizados que se acercan a los ministros sagrados con fe a Dios.