Este año, la Fiesta de Todos los Santos tuvo una peculiaridad antes nunca vivida: cuando tantos esperaban esos días para depositar flores a sus difuntos en el cementerio y ofrecer, allí, una oración por sus almas, para muchos ha resultado imposible por el confinamiento.
Los santos son personas con gran amor a Dios, que rebosa en amor al prójimo. En la Fiesta de Todos los Santos, se celebra, también, a los santos anónimos, que son una pléyade. Es día de alegría porque, seguro, que, entre ellos, hay algún familiar nuestro o amigo querido. Un día especial para pensar en Dios y en el Cielo. El Día 2, cuando la Iglesia conmemora a los Fieles Difuntos, es día esperanza, porque la muerte no es el final del camino. Nos dirigimos a nuestra Patria, el Cielo, con la confianza puesta en Dios, que es Amor. Evoco estas palabras de San Pablo: “ Para mí, la vida es Cristo, y el morir, una ganancia (…) Deseo morir para estar con Cristo, porque es mucho mejor … ” ( Filipenses, 1,ss). La vida es Cristo porque Cristo es Dios y sólo Dios puede llenar el corazón. Dios es Amor, un amor paternal, desinteresado, misericordioso, que perdona y nos quiere a cada uno como si no hubiera otros. La experiencia de la maternidad permite vislumbrarlo. Las madres queremos a cada hijo como si fuera único, y nuestro amor, como el de Dios, no depende de la correspondencia o la conducta del hijo: si no hay complacencia, no falta la benevolencia ni la luz de la esperanza. El amor de Dios nunca falla: somos nosotros los que fallamos cuando no correspondemos a su amor.