Carlos Rodríguez Braun (en la imagen) inicia su artículo en Expansión (lunes, 5 de enero) sobre Chesterton con una confesión que le enaltece: no le ha leído; lo que sabe del pensador inglés -él preferiría llamarse periodista- es por lo que le ha dicho Juan Manuel de Prada. No es mala fuente chestertoniana el amigo De Prada, pero conviene, don Carlos, si se trata de hacer juicios recios y terminantes como lo que usted emplea, acudir al original o no tergiversar al intermediario.

Asegura Rodríguez Braun que Chesterton era antiliberal, nada extraño en una persona "religiosa y conservadora".

Hombre no: Chesterton fue lo más anticonservador que recuerdan los tories británicos, y militó en el Partido Liberal inglés, hasta llegar a exclamar, tras el escándalo Marconi, aquello de "sí, todavía creo en el liberalismo, pero añoro aquellos años rosados en que también creía en los liberales".

Y lo más importante: la diferencia entre un liberal-capitalista como usted, señor Braun, y un liberal como Chesterton se resume en otra proposición del periodista británico: "¿Qué más me da que todas las tierras del Condado sean propiedad del Estado o sean propiedad del Duque de Wellington? El caso es que no son mías".

La esencia del liberalismo, don Carlos, es la propiedad privada pequeña. No la libertad de empresa, aunque no hay que despreciar ésta. Chesterton creía en ese tipo de propiedad, bien repartida entre pequeños propietarios. Por eso era liberal y católico. Creía en la propiedad privada, antes que en la empresa privada. Porque, cómo él recordaba, para marcar las diferencias entre una y otra, es decir, ente liberalismo y capitalismo, bastaba un ejemplo: "un carterista puede ser un gran defensor de la empresa privada, pero no se le podrá considerar un defensor de la propiedad privada".

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