Suele interesarse don Eulogio López por los temas que me provocan para escribir en esta sección de marcado carácter financiero y bancario. Suele remitirme a lo largo de la semana informaciones que le provocan a él y que le parece que podrían hacerlo a mí. Esta semana, sin embargo, no me ha remitido ninguna y hete aquí que la provocación estaba publicada en su propio medio, que el pasado jueves titulaba un artículo de Pablo Ferrer como “La AEB se teme hasta lo peor: la nacionalización de la banca”.

Realmente la banca no puede temer eso porque de facto está ya nacionalizada. Los bancos emisores siguieron un proceso parecido al que está siguiendo la banca privada ahora. Los bancos emisores eran los únicos que podían emitir papel moneda que los particulares estábamos obligados, por ley, a aceptar como si fuera exactamente lo mismo que representaba: oro. Esto le venía muy bien al Estado, porque él recibía ese papel moneda a cambio de un compromiso de restituirlo en el futuro, deuda pública, pero no de oro.

Dicho de otro modo: el público se vio obligado a aceptar papel moneda que no tenía más respaldo que la deuda pública. Para evitar las quiebras, los gobiernos fueron concentrando en una sola entidad este privilegio: el de emisión de papel moneda. Finalmente se llegó al monopolio privado. Una vez llegado a dicho monopolio, carecía de sentido que tan pingües beneficios como generaba este negocio fueran para los accionistas del banco de emisión (en nuestro caso, el Banco de España), así que se nacionalizó. Franco lo nacionalizó en 1962, como quien dice antes de ayer.

El proceso se repite. Al fin y al cabo ya no pagamos con billetes, sino con pasivos bancarios a la vista. Sólo las entidades que tienen autorización para operar como entidades de crédito pueden aceptar depósitos con el compromiso de devolverlos a la vista o, lo que es la versión moderna del papel moneda, reconocer un depósito a la vista a quien se compromete a restituírselo en el futuro aceptando un crédito, entre ellos el mismo Estado. Este es el privilegio de la banca, o la actividad reservada que dice la ley, la emisión de depósitos a la vista. Así, el Estado se ha convertido en el primer deudor de la banca, como lo era antes, pero no a cambio de billetes sino de saldos a la vista que utiliza para pagar.

El sector privado ha participado también en esta borrachera del crédito. La inestabilidad creada es tan grande que, el Estado, como hacía con el antiguo privilegio de emisión, tiene que intervenir el sector, participar accionarialmente en el mismo, prestarle garantías o, incluso en ocasiones, darle crédito. El Estado promueve la concentración del mismo, como modo de control, muy totalitario en el fondo, y regula todo lo posible. En los bancos con ayudas públicas ha regulado hasta los sueldos de los directivos que, de este modo, estos bancos carecen de recursos para captar a los mejores empleados si fuera necesario. ¿Qué podría salir mal repitiendo la historia que condujo a la nacionalización de los bancos emisores? Nada.

Simplemente no podemos esperar consecuencias distintas de actos iguales. Así que antes o después la banca será nacionalizada en Europa. Con el BCE para todo nos basta. Y los antiguos banqueros recordarán los tiempos en que eran propietarios de los bancos, como algunos viejos carlistas recuerdan sus hazañas tras el Acuerdo de Vergara. ¡Pero que gustito da la paguita todos los meses! Al fin y al cabo ya lo advertía Hilaire Belloc en su gran obra El Estado servil: “Si uno propusiera a esos millones de familias que hoy viven de un jornal un contrato vitalicio que les garantizase un empleo con un salario equivalente a lo que cada cual considerase su salario habitual de jornada completa, ¿cuántos rechazarían la propuesta?”. Poco a poco vamos incorporando ese consenso de la seguridad a cambio de la libertad. Empezamos con esos millones de familias, nos faltan estos pocos banqueros.