“Como Vox vote en contra de la coalición del PP y Ciudadanos en la Comunidad de Madrid, y fuerce nuevas elecciones, les va a votar su madre y su padre…, si lo conocen”. Iba yo conduciendo, cuando escuché esta maldición contra el partido de Santiago Abascal, lanzada por Federico Jiménez Losantos, y de la impresión que me causó el conjuro di un volantazo, que casi me la pego. Les explico para que entiendan mi susto: en la edición de Gramática parda, que estudiamos en mi barrio proletario de Vallecas, llamarle a uno hijo de padre desconocido, era lo peor que se le podía decir y preludio de bofetadas.

Y además, semejante improperio de Federico Jiménez Losantos contrasta con los elogios que este famoso periodista le había dedicado a Vox en fechas recientes, pues sin duda buena parte de los votos que ha obtenido Vox los ha conseguido gracias a la promoción que Federico le ha hecho a este partido en su programa de radio. Y comprenderán, que ver que alguien pasar de repente de los abrazos a los arañazos, y comprobarlo a tan temprana hora de la mañana, cuando todavía no se tienen despiertos todos los sentidos, ayuda a entender mi sobresalto y el volantazo del coche.

La defensa y expansión del cristianismo ha sido una de las constantes de la Historia de España, porque la milenaria existencia de España resulta inexplicable sin Cristo

Tranquilizado mi ánimo, tras la calma me picó la curiosidad y escuché su programa en los días siguientes, para averiguar qué es lo que había pasado. Y en los programas posteriores comprobé que Federico Jiménez Losantos la tenía tomada contra Rocío Monasterio que, según él, era la causante de que no se llegara a un acuerdo, que permitiera presidir la Comunidad de Madrid a la representante del Partido Popular.

Le reprochaba a Rocío Monasterio que no diera su brazo a torcer, porque ni el PP, ni Ciudadanos estaban dispuestos a aceptar un escrito que les había presentado, para que respetasen una serie de principios, a cambio de darles los votos de Vox, imprescindibles para hacerse con el gobierno de la Comunidad de Madrid.

Y cuando escuché lo de los principios, me quedé en ascuas por averiguar de qué se trataba, porque me reconocerán que en el lenguaje de los políticos la palabra “principios”, fue desterrada hace ya mucho tiempo.

La izquierda anticristiana y la derecha pagana han contado con la colaboración de unos católicos oficiales, cuya tibieza provoca el vómito

No tardé muchos días en descifrar el enigma de los principios de Rocío Monasterio. Y siento manifestar, no solo por ella, sino sobre todo por los principios, que como se vuelva a repetir la película, que tantas veces nos han puesto desde la transición al día de hoy, Rocío Monasterio va a durar en política menos que un pastel a la puerta de un colegio. Y la marcha atrás que VOX ya ha dado en Murcia, es un aviso claro de que la cartelera de cine no está dispuesta a renovarse en la Comunidad de Madrid y nos vuelven a poner la misma película.

“Qué es eso de meter la fe en las cuestiones de Estado”. Esta frase de Federico Jiménez Losantos, pronunciada en otro de sus programas, fue la clave para entender lo que estaba pasando. Al parecer, Rocío Monasterio representa dentro de Vox el intento de que los principios cristianos inspiren la acción política. Y esto es lo que sistemáticamente se ha impedido desde que murió Franco. Porque vamos a decirlo bien claro: desde 1975 se vuelve a poner una y otra vez la misma película, en la que no se trata tanto de democratizar o “desfranquistizar” España, como de descristianizar la sociedad española heredada de la etapa de Franco.

Y si esto ha sido posible es porque la izquierda anticristiana y la derecha pagana han contado con la colaboración de unos católicos oficiales, cuya tibieza provoca el vómito. Cuando Federico dijo que no hay que meter la fe en las cuestiones de Estado fue, precisamente, en una de las tertulias de su programa, en la que participaba uno de esos católicos oficiales, conocido públicamente como perteneciente a los nuevos movimientos o realidades de la Iglesia, surgidos para cristianizar las estructuras sociales, y su testimonio se limitó a callarse como una señora de esas que trabajan al raso, de las que tanto hablaba la Gramática parda de mi barrio proletario de Vallecas.

Pero si hasta en los pucheros anda metido Dios…, como decía Santa Teresa: ¿Cómo se le pueden cerrar las puertas de la Economía, de la Universidad, del Parlamento o de las instituciones del Estado? Semejante portazo a nuestra Padre Dios solo se entiende si se piensa que el fin de la Historia, que es lo mismo que el fin de cada una de nuestras vidas, es la grandeza de la Corona, o la fortaleza del Estado, o la unidad del partido, o el engrandecimiento de la empresa, o el esplendor de la cátedra y demás fruslerías de esta vida. No, ni una sola cosa de esas, ni siquiera todas juntas son el fin de la Historia. El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo. Y si la Corona, el Estado, el partido, la empresa o la cátedra lo impiden, lo que hay que hacer es modificar dichas instituciones, como subordinadas que están al fin de nuestra salvación. 

El fin de la Historia es que el hombre sea plenamente hombre, que vuelva a Dios, que sea santo

La defensa y expansión del cristianismo ha sido una de las constantes de la Historia de nuestra patria, porque la milenaria existencia de España resulta inexplicable sin Cristo, ya que todas nuestras anteriores generaciones, por más que alguno no lo quiera reconocer, se empeñaron en meter la fe en las cuestiones de Estado.

Sería largo empezar por lo de Recaredo y la Reconquista, porque… ¡A lo que estamos Remigia, que se nos pasa el arroz! Por eso vamos a dar un salto hasta llegar a Isabel la Católica, que les enviaba el siguiente recado a sus sucesores en el trono por medio de su testamento: "y mando a la dicha princesa, mi hija, y al dicho príncipe, su marido, que como católicos príncipes tengan mucho cuidado de las cosas de la honra de Dios y de su santa fe, celando y procurando la guarda y defensa y ensalzamiento de ella, pues por ella somos obligados a poner las personas y vidas y lo que tuviéramos, cada vez que fuese menester, y que sean muy obedientes a los mandamientos de la santa madre iglesia y de ella protectores y defensores, como están obligados".

Y tres días antes de morir añadió a su testamento, en el codicilo de 23 de noviembre de 1504, su último pensamiento para los indígenas de las islas y tierra recién descubiertas, a quienes reconoce su condición de súbditos, y con ella los derechos naturales humanos de vida, propiedad y libertad. Y como ha escrito Luis Suárez, el especialista en la reina Isabel la Católica, al referirse a su testamento "conviene que expliquemos con claridad qué significa un testamento real en las postrimerías del siglo XV, cuando se dibuja en las monarquías europeas la primera forma de Estado. Quien lo dicta y firma no lo hace en calidad de persona privada, sino desde el poderío real absoluto, que le pertenece. La palabra ‘absoluto’ puede inducir a error: no quiere decir que sea arbitrario, sino que no depende de otro superior, es decir que no es ‘relativo’. Cuando el rey dispone desde ese poderío está ejerciendo su potestad legislativa. El testamento es ley y ley fundamental".

Pero como me malicio que lo de los reyes absolutos no va ni con los liberales, ni con los católicos cobardicas que no se atreven a llevar la contraria a Federico, les brindo otro texto recogido qué digo en el Génesis…, está escrito en el Pentateuco del régimen liberal, donde al parecer sí que pinta algo la fe en las cuestiones de Estado: Artículo 12 de la Constitución de Cádiz de 1812: "La religión de la nación española es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana, única verdadera. La nación la protege por leyes sabias y justas y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra".

 

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá