Compiten en singular carrera para subirse al pódium del feminismo. Y hasta se dan codazos para ganar; desterrada la deportividad, todo vale. Han tomado la salida hasta quienes no deberían haberlo hecho, porque en los tiempos que corren sin la medalla del feminismo colgada del pecho, el sistema te cierra las puertas y no eres nadie.

Ella dice que es la campeona y tiene toda la razón la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, cuando proclama que fueron los socialistas los que se encontraron en el origen del movimiento feminista. Y contra lo que es en ella habitual, en esta ocasión no miente, porque cuando el 2 de mayo de 1879, Pablo Iglesias fundó el PSOE en la taberna Casa Labra del madrileño barrio de Tetuán, el socialismo era marxismo puro y duro.

Y tan cierto como que el PSOE abandonó el marxismo en la época de Felipe González, es verdad que al partido le han quedado secuelas y tiene querencia a la ideología de la lucha de clases, a la ideología del odio y concretamente al odio contra la religión católica. No lo pueden superar, porque si después quemar iglesias y asesinar curas y monjas no te arrepientes y pides perdón, no te queda otra salida que justificar los hechos y permanecer en el odio.

Como el feminismo no tiene nada que ver con la promoción social, cultural y política de las mujeres, la afirmación de Carmen Calvo no diría yo que va a misa, para que no se me ofendan las tropas ateas y agnósticas, pero debo repetir que la egabrense ministra socialista está en lo cierto, porque el feminismo hunde sus raíces en el concepto marxista del matrimonio.

Cuando el 2 de mayo de 1879, Pablo Iglesias fundó el PSOE en la taberna Casa Labra del madrileño barrio de Tetuán, el socialismo era marxismo puro y duro

La ideología del enfrentamiento y de la lucha de clases, lo mismo que ha prosperado en la historia con el nombre de marxismo, podría haberse denominado 'enguelianismo', porque tanto le debe a Marx como a Engels.

Pues bien, Friedrich Engels (1820-1895) —Federico Ángeles para entendernos en español, aunque por su doctrina más bien se trate de ángeles luciferinos que de los benéficos del bando de San Miguel— escribió un libro titulado El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, en el que se puede leer lo que pensaba del matrimonio y de la mujer.

Para que no quepa duda de manipulación, lo copio literalmente de una edición, más roja que los pimientos de Tudela: “El matrimonio —escribía Engels— se funda en la posición social de los contrayentes y, por tanto, siempre es un matrimonio de conveniencia. También en los dos casos, este matrimonio de conveniencia se convierte a menudo en la más vil de las prostituciones, a veces por ambas partes, pero mucho más habitualmente en la mujer; esta solo se diferencia de la cortesana ordinaria en que no alquila su cuerpo a ratos como una asalariada, sino que lo vende de una vez para siempre, como una esclava”.

Partiendo de ese concepto tan falso como negativo de lo que es una esposa en el matrimonio, se entiende la lucha sin cuartel del feminismo para liberarse de la esclavitud sexual de por vida.

Los marxistas tienen en su haber un largo historial de liberaciones falsas y millones de muertos en su conciencia, que era el precio que decían que había que pagar para conseguirlo. Se empeñaron en liberar a las famélicas legiones de la miseria, y fueron incapaces de lograrlo, probablemente porque el proceso revolucionario, como diría un marxista, no pudo llegar a su término, ya que según sentencia de Lenin“la revolución avanza muy despacio, porque fusilamos muy poco”. Y se calcula en más de cien millones sus víctimas…

Tanta sangre vertida en vano solo fue el señuelo para la conquista del poder. Les falló lo de la redención del proletariado, porque los mismos obreros se les sublevaron y se vino abajo esa enrome tiranía que oprimió a muchas naciones durante más de medio siglo. Nadie tan contundente como Szajkowski, un poeta y sindicalista polaco de Solidaridad que atizó la liberación de los obreros con aquella frase que hoy está casi olvida, pero que entonces tuvo un gran efecto: “Ha pasado el tiempo en que nos cerraban la boca con salchichas”.

Hasta ya he oído a monjas y a consagradas o célibes de los nuevos movimientos y realidades de la Iglesia utilizar la jerga de las feministas y hablar de empoderamiento

No diría yo que los marxistas son constantes, por ser precisos hay que afirmar que son inasequibles al desaliento. Perdido el poder tras el fracaso de liberar al proletariado de la miseria, han vuelto al combate, y ahora el señuelo de la lucha de clases lo han cambiado por el de la lucha de sexos.

Y de momento no les va mal del todo, porque de nuevo les están comprando esta mercancía averiada. Si la familia es la célula de la sociedad, lo es porque creados por Dios varón y mujer la familia natural es la institución donde se nace y se vive como persona. Y el feminismo, bajo una falsa propaganda de promoción de la mujer, no tiene otro objetivo que destruir la familia natural, que es el obstáculo que impide el triunfo de los totalitarismos.

Y enfrente… ¿Qué hay…? ¿Qué aparece como oposición a este nuevo intento de tiranía? Pues yo no veo otra cosa que un complejo y una cobardía monumentales, que afectan incluso a quienes no son marxistas, los que para no parecer carcas y que les acepte el sistema se han inventado lo de que frente a un feminismo radical y malo, hay un feminismo moderado y bueno, del que ellos son partidarios.

Y hasta ya he oído a monjas y a consagradas o célibes de los nuevos movimientos y realidades de la Iglesia utilizar la jerga de las feministas y hablar de empoderamiento. Lo que además de desatar las carcajadas de las feministas marxistas, prueba la vigencia de la parábola evangélica que nos previene de que entre el inmenso número de las vírgenes prudentes, siempre se cuela un grupito de vírgenes necias.

 

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá