Ha empezado la vuelta al cole, así es que hoy toca hablar de la escuela. Tiene la izquierda tan alto interés y tan gran preocupación por la enseñanza de los niños y los jóvenes que, cuando se topan con un colegio que ellos no puedan controlar, le hacen la vida imposible mediante trabas administrativas, con la sana intención de cerrarlo. Pero como en la Historia siempre se encuentran recursos para el consuelo, hay que reconocer que los socialistas y los comunistas han afinado en su sectarismo, porque no hace muchos años, en lugar de poner trabas administrativas a los colegios, los quemaban.

¿Qué exagero? Algo así se podría pensar, pues hasta tengo algún lector moderadito, centro-reformista, tolerante y de los Grandes Expresos Europeos, que diría mi buen amigo Pepe Escandell… Y digo yo: ¿no será que el lector moderadito se ha creído la milonga de que la izquierda es sinónimo de democracia y cultura? Así es que… ¡A los datos, Remigia que nos va en ello el prestigio!

Ya vimos en otro artículo que no había pasado ni un mes de la proclamación de la Segunda República, y en los primeros días de mayo de 1931 se quemaron iglesias y conventos por toda España. Y por si el humo de los templos incendiados pudiera ocultar que las llamas también afectaron a muchos centros docentes, que habían cometido el delito de estar regentados por frailes y monjas, hoy vamos a hablar de la arremetida de la izquierda contra los colegios católicos.

Que recuerde, solo en Madrid y en menos de un día, las hordas rojas quemaron el centro de enseñanza de Artes y Oficios de la calle de Areneros, dedicado a enseñar oficios a jóvenes humildes, también incendiaron el colegio de los Padres de la Doctrina Cristiana de Cuatro Caminos que era una escuela para niños de obreros, y lo mismo hicieron con las escuelas de formación profesional de los Salesianos. Socialistas y comunistas calcinaron el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI) de la calle de Alberto Aguilera, el colegio de las Maravillas con su material científico y museo de minerales, el colegio de las Salesianas y el colegio de monjas del Sagrado Corazón de Chamartín de la Rosa.

 El colegio de Santa Susana, que se salvó de la quema de 1931, fue el primero en sufrir los ataques el 20 de julio de 1936 tras el estallido de la Guerra Civil

Sin embargo, los rojos fracasaron en su intento en quemar el colegio de Santa Susana, situado en el barrio de Ventas de Madrid. La emprendieron contra esta institución, porque consideraban que este colegio era el símbolo de le opresión religiosa en materia de enseñanza. Pero este centro docente, que se salvó de la quema en 1931, fue el primero en sufrir los ataques el 20 de julio de 1936 tras el estallido de la Guerra Civil.

El colegio de Santa Susana pertenecía al Instituto de las Hermanas de la Caridad del Sagrado Corazón de Jesús. Una institución muy reciente, pues había sido fundada el 2 de febrero de 1877 por Isabel de Larrañaga Ramírez. La fundadora era hija de un militar guipuzcoano, que siguió a su padre en sus diversos destinos militares, lo que explica que naciera en Manila, el 19 de noviembre de 1836.

Con 40 años, tras superar durante mucho tiempo los obstáculos familiares, que la orientaban hacía el matrimonio, se consagró en 1877 junto con otras tres mujeres en una Asociación o Pía Unión, que se transformó en congregación religiosa, en 1883. La congregación se orientó a la promoción de los más necesitados, abriendo colegios e internados en los barrios periféricos de distintas ciudades. Uno de ello fue el colegio de Santa Susana, que en sus comienzos en 1889 estaba situado en las afueras de Madrid.

Los socialistas de ahora han atacado por la espalda a la verdad con el fusil de la ley de memoria histórica, para tapar los crímenes que sus partidos cometieron no hace tantos años

En 1936, al colegio de Santa Susana acudían 250 niñas del barrio de Ventas, y de este colegio, que al mismo tiempo era la sede de la curia general, dependían otras cinco escuelas situadas en barrios extremos de Madrid como eran entonces La Elipa, Vicálvaro, Ventas, el Cerro y el barrio de Rodas. El colegio de Santa Susana colaboraba con la Junta Provincial de Menores, que les enviaba niñas en estado de necesidad, bien porque se habían quedado huérfanas o bien porque los recursos de sus familias eran tan escasos, que no las podían mantener.

Y esta atención a los pobres es lo que el sectarismo de socialistas y comunistas juzgó como símbolo de opresión religiosa, por lo que en la mañana del 20 de julio de 1936 tirotearon el colegio con las niñas dentro y lo asaltaron. En ese momento, además de las religiosas que atendían a las escolares, había ochenta niñas internas, cuyas edades iban desde los cinco a los diecisiete años.

Como en el colegio, además de las internas, había otras alumnas del barrio, sus propios padres que eran vecinos de Santa Susana lograron detener el tiroteo, para que las niñas pudieran salir. Cuando cesaron los tiros, la superiora abrió las puertas del colegio y las monjas y las niñas salieron corriendo en desbandada a refugiarse en las casas de alrededor de Santa Susana.

Tras la huida de las profesoras y las alumnas, un grupo de gente armada asaltó el colegio. Los asaltantes iban precedidos de un elemento que ondeaba una bandera comunista. El abanderado corrió por los pasillos solitarios del colegio, para colocar el emblema de la hoz y el martillo en lo más alto del edificio, como signo de ocupación y del heroico triunfo sobre unas cuantas monjas y un par de centenares de niñas indefensas.

Los verdugos no tuvieron ninguna consideración ni con los años, ni con el estado de salud de la madre Pujalte y la bajaron a rastras los 120 escalones de edificio

En aquellos momentos de pánico las monjas abandonaron el colegio con las niñas para calmarlas. Pero dos de ellas permanecieron en el colegio. Una, Sor Rita Dolores Pujalte Sánchez, tenía 83 años y además de ciega, estaba muy enferma. La madre Pujalte, que vivió los comienzos de su congregación, había sido la superiora general del Instituto hasta el año 1899.  A esta anciana religiosa le acompañaba Francisca Aldea Araujo, que además de ser la ecónoma general de la congregación, era la encargada de atender y cuidar a la madre Pujalte.

Francisca Aldea Araujo había pasado toda su vida en el colegio de Santa Susana. Había nacido en Somolinos (Guadalajara), el 17 de diciembre de 1881. Tenía por lo tanto 54 años, cuando asaltaron Santa Susana. Siendo muy niña se quedó huérfana y sin recursos, por lo que fue recogida en el colegio de San Susana y al cumplir los dieciocho años ingresó en la Congregación.

Con estas dos monjas se habían quedado también tres niñas de las más pequeñas del internado, paralizadas por el miedo. Y ante semejante cuadro, alguno de los milicianos que habían participado en el asalto, decidieron escoltarlas hasta un sexto piso de la calle de Alcalá número 198, donde una buena mujer llamada María Turnay les dio cobijo.

Poco duró la calma, porque dos horas después se presentaron en casa de María Turnay cinco hombres y dos mujeres armados y detuvieron a las dos religiosas. Los verdugos no tuvieron ninguna consideración ni con los años, ni con el estado de salud de la madre Pujalte y la bajaron a rastras los 120 escalones de edificio.

Ya en la calle, metieron a las dos religiosas en un coche, y dieron varias vueltas a la plaza de toros de Ventas, pero al comprobar que el lugar estaba concurrido, se dirigieron por la carretera de Aragón hasta Canillejas. Al llegar a este punto, las ordenaron bajar y las hicieron caminar durante unos metros por la carretera de Barajas y allí las asesinaron con disparos de fusil por la espalda. Los socialistas y los comunistas de 1936 eran así de valientes, y los de ahora, en un cómplice gesto de cobardía, han atacado por la espalda a la verdad con el fusil de la ley de memoria histórica, para tapar los crímenes que sus partidos cometieron no hace tantos años.

Javier Paredes
Catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá