No están bien informados los jugadores de la Juventus. No tienen ni idea de lo que pasó. Salieron del Bernabéu convencidos de que el Real Madrid había comprado al árbitro. Uno de ellos, en cuanto pitó el penalti, hizo repetidos gestos con la mano, para indicar que esa decisión postrera del partido más que arbitral era mercantil. Y hasta un periodista italiano, que estaba en la zona de prensa, tuvo que salir custodiado por los guardias de seguridad del campo, porque no se le ocurrió mejor idea que enseñar un billete de cincuenta euros a unos madridistas, y se lo tomaron tan mal, que si no llega a ser por los guardias de seguridad, no se sabe lo que pudiera haber ocurrido.

Pero lo dicho, ni los jugadores de la Juventus ni el periodista italiano conocen el origen de su desgracia. No, rotundamente no. Florentino no compró al árbitro. Quien compró al árbitro fue Cristina Cifuentes, para que estemos hablando durante unos días de la clasificación injusta del Madrid, gracias a un penalti que pitaron a su favor en el tiempo del descuento, y desviemos así la atención de su máster.

Es la historia misma del PP: sustituir la moral política por un puritanismo formalista.

Menos mal que todavía quedamos algunos que no por ser del Atleti, sino por estar bien informados de las maniobras futboleras, podemos contribuir a que el personal no entre al engaño. Así es que demos al fútbol lo que es del fútbol y a la señora Cifuentes lo que es de su máster.

Lo del máster de la presidenta de la Comunidad de Madrid tiene poca importancia en sí mismo, pero si se está hablando tanto de este asunto es por lo representativo que resulta. Es justo lo que le que ha sucedido en la sociedad española en los últimos años y muy particularmente en el modo de hacer política del Partido Popular, tendencia de la que Cristina Cifuentes es persona muy representativa.

Fue precisamente esta señora la que propuso en uno de los congresos de su partido que desapareciera la palabra “cristiano” del ideario de su formación política. Perdió el debate en aquella ocasión, pero la historia del PP concuerda mucho más con las tesis derrotadas de Cifuentes que con las de los que ganaron el debate. La estrategia del mal menor, como mecanismo político de la derecha, ha puesto de manifiesto que por esa vereda nunca se llega a ningún bien y lo único que se propicia es el engorde del mal.

El mal menor siempre acaba en tragedia mayor...

De esta manera, la moral es expulsada de la acción política para ser sustituida por un puritanismo formalista, que en ocasiones hasta desconoce el sentido del ridículo. Por este motivo, el compañero de partido de Cifuentes, Pablo Casado, que también es aficionado al mismo máster que el de ella, ha declarado que el suyo sí que es auténtico y legal, porque no ha necesitado ir a clase ya que de las veintidós asignaturas del máster le convalidaron dieciocho por la carrera que hizo de Derecho, y las otras cuatro asignaturas que quedan las resolvió con unos trabajitos que hizo en su casa. Y lo declara Su Señoría sin el menor rubor. Así es que, llegados a este punto hay que afirmar muy alto y con toda serenidad, que todo esto ni es bello ni es instructivo, porque en realidad es una calificada mierda. Da la impresión que asistimos a un final de etapa en el que se acaba el carnaval, y se van cayendo los disfraces.

cuando menos, en lo políticamente correcto.

Y cuando esto escribo y puestos a recordar mejores 14 de abril, me ha venido a la memoria que el día de la República, solo que de 1578, nació el rey Felipe III, que recibió una gran lección humana y política de su padre en el lecho de su muerte, que vendría muy bien recordar en estos momentos por aquello de que la Historia es maestra de la vida.

Efectivamente, Felipe III nació el 14 de abril de 1578, y era el cuarto hijo de la cuarta consorte de Felipe II, doña Ana de Austria (1459-1580), pues anteriormente Felipe II había enviudado de María Manuela de Portugal (1527-1545) sin tener hijos, de María I de Inglaterra (1516-1558) con la que tampoco los tuvo, y de Isabel de Valois, con la que engendró dos hijas.

De su aspecto físico y su carácter, Ríos Mazcarelle cita el siguiente retrato: “Es delgado y débil, de complexión delicada. Podía ser más fuerte y robusto, si se alimentase con más moderación. Es tan sumiso a su padre que nunca le desobedece, no hace nada sin su permiso. El rey le lleva a todas partes que va, pero nunca le informa de los asuntos de Estado. En todas sus acciones da muestras de una extrema gravedad”.

Y en efecto, Felipe III siempre estuvo a la sombra de su padre hasta el último momento, en que le transmitió su postrera enseñanza. Había enfermado tan gravemente Felipe II, que en la noche del 1 de septiembre de 1598, el arzobispo de Toledo, García de Loaysa, le administró los últimos sacramentos en el Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En ese acto, además del príncipe heredero, estuvieron presentes altos personajes del clero y de la nobleza. Y cuenta Cervera de la Torre, que “acabado este acto y salidos todos, se quedó Su Majestad a solas con su hijo el Príncipe, Rey y Señor nuestro y le dixo, como él mismo ha referido: ‘He querido que os halléis presente a este acto, para que veáis en qué para todo`”.

Pero como al Partido Popular le ha surgido una derecha más centrada, más pagana y más atractiva para el voto útil, o emerge en el Partido Popular una corriente cristiana sin complejos, o para seguir haciendo lo que han hecho hasta ahora, tienen mejor cartel los de los Ciudadanos.

Desde que conocí este hecho histórico en el que queda patente el concepto cristiano de la vida de Felipe II, el Rey Prudente, y el hombre más poderoso del planeta en ese momento, me ha parecido infantiloide el afán que ponemos en la cosas de esta tierra, porque a diferencia de los dominios de Felipe II, en los que no se ponía el sol, los nuestros —o al menos los míos— caben todos en el cerco formado por el foco de un linterna de mano, y todavía me sobra sitio.

La formación de una cabeza católica —algo bien diferente a una cabeza clerical—, que sabe ver las cosas de esta tierra con sentido trascendente, no se puede improvisar en un momento, ni aunque ese momento sea el de la muerte. Ciertamente que el rey Felipe II tendría como humano una colección de defectos, pero tan cierto como esto es que, según transmite fray Antonio Cervera de la Torre, Felipe II siempre llevaba consigo una caja en la que guardaba su propia disciplina junto con un crucifijo. Y así desde luego que se explican muchas cosas de aquella España del Siglo de Oro.

Hay quien dice que el Partido Popular va a la baja y hasta con bastantes posibilidades de desaparecer. De ser así, corto recorrido habrá tenido lo de hacer política pagana con el voto cautivo de los católicos, practicando la política de tierra quemada a cualquier iniciativa política inspirada en la Doctrina Social de la Iglesia. Y hay que reconocer que eso lo han hecho muy bien, pues el acoso a ese tipo de partidos coherentes en la defensa de la fe ha sido implacable.

Pero como al Partido Popular le ha surgido una derecha más centrada, más pagana y más atractiva para el voto útil, o emerge en el Partido Popular una corriente cristiana sin complejos, dispuesta a defender la Doctrina Social de la Iglesia, o para seguir haciendo lo que han hecho hasta ahora, tienen mejor cartel los de los Ciudadanos. Es por tanto la oportunidad y el momento del protagonismo político de aquellos que vencieron a Cristina Cifuentes cuando ésta propuso eliminar la palabra “cristiano” del programa del partido. O eso, o tendrán que decir lo de Luis XV o lo de la Pompadour, que no se sabe a ciencia cierta quién de los dos tortolazos afirmó aquello de “después de mí el Diluvio”.