Los beneficiarios de la extorsión a los telecos son el oligopolio de los grandes editores de TV: Polanco, Lara, Berlusconi y Roures.
Si no fuera porque el sector de las telecos no consigue quitarse el sambenito de hermano rico de la industria española, en este momento habría una auténtica revolución empresarial en este país. Lo de la financiación de RTVE, que tan tramposa, tan traicionera y tan mezquinamente llegó al Consejo de Ministros hace un par de semanas, debería estar siendo un escándalo mediático, económico y político de proporciones inimaginablespero, para suerte de algunos, está pasando casi inadvertido.
El uso que está haciendo la vicepresidenta De la Vega y su Gabinete del anteproyecto de ley que prevé que las operadoras financien buena parte de la nueva televisión pública pero no publicitaria atenta contra las más básicas normas de la vergüenza, la ética y el rigor político. No sólo han manipulado, ocultado y mangoneado el asunto como más les ha convenido hasta que llegó al Consejo de Ministros, sino que a partir de entonces, está haciendo y deshaciendo a su antojo para que los mensajes que trasciendan a la opinión pública sean sólo los que ella quiere, como quiere, donde quiere.
Por filtraciones, siempre por filtraciones exclusivistas y excluyentes, nos enterábamos ayer de que los operadores tienen que empezar por adelantar el 40% del total de la tasa para todo el año el próximo mes de julio. Pero aún había más. A última hora de la tarde, que es cuando los profesionales de la comunicación corporativa cuentan las cosas peliagudas para que los periódicos no lleguen a meterlas en sus ediciones del día siguiente, De la Vega, camuflada bajo el seudónimo según el borrador de anteproyecto de ley remitido hoy a la CMT, dejaba atisbar que el impago del tasazo televisivo podría suponer la suspensión de actividad del osado operador que no pague.
Esto es tanto como decir, por ejemplo, que si El Corte Inglés no dedica el 1% de sus ingresos brutos anuales a, un suponer, subvencionar el Ejército, se interrumpirá su actividad como centro comercial. O sea, una aberración, una amenaza absurda, una osadía sin límites, una intromisión en la actividad lícita y reglamentaria de una empresa privada. Una extorsión, en definitiva. Un chantaje.