Zona libre, según su director, el judío Amos Gitai, evoca un lugar real, una zona franca al este de Jordania, donde no existen ni aduanas ni impuestos. Es un paraje casi idílico, a pesar de su falta de belleza, porque allí acuden ciudadanos de los países vecinos, de Irak, Egipto, Siria e Israel, para comprar coches, y se relacionan sin problemas.

 

Zona libre narra, de alguna forma, lo mismo : reúne a tres mujeres, que viven en mundos muy diferentes, y que se ven abocadas a relacionarse y a viajar juntas en el mismo coche por motivos puramente pragmáticos.

Rebecca (Natalie Portman) es una joven estadounidense que lleva unos cuantos meses viviendo en Jerusalén y  acaba de romper con su novio. Sube a un taxi y conoce a Hanna (Hanna Laslo), una mujer israelí que debe ir a Jordania, a la Free Zone (zona franca), a recoger una importante cantidad de dinero que adeudan a su esposo. Cuando llegan a su destino, Leila (Hiam Abbass), una mujer palestina, les explica que el deudor, El Americano, no está y que el dinero ha desaparecido. Las tres mujeres partirán juntas para intentar encontrarlo.

Zona libre narra este viaje, y ese encuentro, en la frontera entre Israel y Jordania, pero también intenta demostrar al espectador que la única forma de terminar con el conflicto de Oriente Medio es, como afirma Gitai, lograr vivir en paz a pesar de estar en desacuerdo

 

Película narrativamente sencilla, Zona libre es terriblemente compleja y hermética en su contenido. Lo observamos desde su arranque: durante los primeros diez minutos de metraje sólo contemplamos un plano fijo del bello rostro de la actriz Natalie Portman, llorando, mientras suena una canción popular, terriblemente machacona, que termina así: ¿Hasta cuándo durará el ciclo infernal del opresor y del oprimido, del verdugo y de la víctima?

 

¿Hasta cuándo durará esta locura?

 

Para: El público interesado en el conflicto de Oriente Medio