El desastre del vuelo JK5022 ha puesto en marcha, una vez más, el famoso esquema de elusión de responsabilidad individual -lo que un librepensador progresista calificaría como el viejo y lamentable sentido cristiano de culpa-. Al grito de "yo no he sido", políticos, empresarios, pilotos, técnicos, todo el mundo, se han lanzado a un proceso de solidaridad con las víctimas que suena hueco al correr paralelo al proceso de autoexculpación. En este caso, la responsabilidad individual, que canta egoísmo con la misma claridad con la que Plácido Domingo aborda Aída, se disfraza de defensa colectiva: no es por mí, es por los míos, por mi grupo, por mi corporación. Al final, mucha solidaridad pero poco ponerse en el traje de la víctima -para respetarlas- y de sus familiares y amigos -para consolarles-. En nombre de la psicología, taumatúrgico solucionador de todos nuestros problemas, desde aquel hombre de mente sucia llamado Sigmund Freud, llevamos casi un siglo bramando contra el sentido de culpa que nos ha imbuido el cristianismo, y el resultado es el de aquel viejo asesino ruso que al llegar a Estados Unidos exhala. "Me encanta América: nadie tiene culpa de nada". Y lo hemos hecho sin darnos cuenta de que, si suprimimos el sentido de culpa, estaremos cometiendo dos barbaridades: la primera, instalar la mentira en el trono social, dado que, en efecto, somos culpables de muchas cosas; la segunda, imposibilitarnos para mejorar, dado que sólo del reconocimiento de los propios errores -y, sobre todo, del reconocimiento de los propios horrores- surge el arrepentimiento y, con él, la posibilidad de mejorar las cosas. Esto es: sin sentido de culpa no hay manera de progresar, ni individual, ni socialmente. ¡Ah!, y el sentido de culpa sólo lleva a la depresión a los soberbios. En cualquier caso, el corporativismo exhibido tras el siniestro de Barajas resulta un poco deprimente. Eulogio López eulogio@hispanidad.com