Siento por el momento no poder ofrecer más datos, pero tengan a bien creerme: en el momento presente, el Gobierno Zapatero y los Señores de la Prensa están empeñados en una conspiración (en contra de lo que se piensa, las conspiraciones no están hechas contra el poder, sino desde el poder) contra la prensa electrónica, para ser más exactos, contra los confidenciales de Internet. Y lo malo es que la confabulación sigue el guión de Pedro J. Ramírez, a quien tanto odian en Moncloa. Aquí, el supuesto gran adversario de Ramírez, la Prisa de Juan Luis Cebrián, deja que, una vez más, Pedro José haga el trabajo sucio.

Decíamos ayer que los Señores de la Prensa, los grandes editores, han decidido unirse a la prensa gratuita, dado que no han conseguido asfixiarla. La prensa gratuita les quita dinero, la prensa electrónica les quita algo peor: influencia. Una influencia que, a pesar de su éxito de masas, no puede arrebatarles la televisión, porque los seguidores de la monigotera conforman la sociedad que ve y no la sociedad que lee.

El ataque de los dueños de los  multimedia, a los que ahora se une el Gobierno Zapatero, comenzó con el asunto Gedeprensa, o unión de los grandes editores contra los resúmenes de prensa, que, como es sabido, funcionan, cada vez más, a través de la Red. Pero eso sólo era una maniobra de distracción. Una forma de incidir en una de las calumnias que los medios tradicionales vierten sobre los confidenciales: que les copian la información, cuando lo cierto es que sucede justo al revés.  

Como digo, el guión lo marca Pedro José Ramírez, con su célebre editorial sobre la ciberbasura, lanzado 48 horas después de que Juan Luis Cebrián, ese aspirante a la santidad, vomitara contra Internet, además de explicarnos, él solito, cómo había que arreglar todos los problemas informativos que asolan al mundo actual.

Y ya Pedro José, como repiten los voceros de Zapatero, se cuidó muy mucho de distinguir entre la prensa electrónica seria y la que no lo es. Por hacerlo corto, repetiré que para los conspiradores, periodismo serio es aquel que no molesta al poderoso. Incluso asesores de imagen del presidente del Gobierno repiten lo mismo que el editorial de Pedro José: cómo les gusta, sean de derechas o de izquierdas, ese periodismo electrónico objetivista, que diferencia férreamente información de opinión, todo muy profesional. Es decir, una opinión que nadie lee y una información que es un calco de la Agencia EFE. Ese es el periodismo electrónico que le gusta a Pedro José, a Janli Cebrián y a Rodríguez Zapatero (insisto sea de izquierdas o de  derechas, y si fuera de ultraizquierda o ultraderecha mejor que mejor, caerán por sí solos): el que nunca les hará ni competencia ni daño, el que no ofrece clave alguna de lo que está pasando. A Pedro José le encanta el periodismo justamente opuesto al que él no practica en El Mundo

Es decir, que ni al poder ni a los Señores de la Prensa les gustan los confidenciales. ¿Cómo combatir el virus? También nos lo explica Pedro José. Lo primero, presionando a los anunciantes para que asfixien económicamente a los confidenciales, que viven, como el resto de los medios, de la publicidad. No necesito explicarles que los anunciantes son empresas, muchas de ellas muy sensibles a lo que diga el Gobierno, y si no pregunten en Repsol. Insisto, desgraciadamente soy hombre de confidencial internetero, es decir, que soy tan poco profesional que aún respeto el off the record, por lo que no puedo dar más detalles de la conspiración, pero espero poder hablar pronto de ello.

En segundo lugar, la conspiración amenaza con algo más: con privar a los medios electrónicos (maticemos: sólo a los medios electrónicos poco rigurosos, es decir, a los confidenciales) de fuentes de información. El hecho de que el Congreso y el Senado estén poniendo todas las pegas del mundo a los medios electrónicos, o las ruedas de prensa amañadas de la vicepresidenta Teresa Fernández de la Vega tras los Consejos de Ministros son dos nuevos pasos en ese camino.

Los Gobiernos no ofrecen publicidad, pero sí pueden presionar a las empresas para que no la concedan, y, sobre todo, porque aún es más importante, pueden impedir a los medios no gratos el acceso a la información en tiempo y forma y pueden impedirles participar del hecho informativo, que también tiene su enjundia. Por ejemplo, impidiéndoles acudir al foro donde transcurre la noticia. Tácticas todas ellas escritas en el editorial pedrojotense sobre la ciberbasura, detallando todos los pasos que el Gobierno y las empresas deben dar en nombre, naturalmente, de la tan noble libertad de prensa, qué digo de prensa, de la libertad de expresión.

En la sátira británica Sí Ministro, probablemente el mejor documento político de los últimos 25 años, se insistía mucho en esta idea. Dicho de otro modo, políticos y editores del Sistema, los instalados, insistían en canalizar toda la libertad informativa a través del lobby: lobby de periodistas parlamentarios, lobby de periodistas económicos, lobby de periodistas culturales (muy importante, por ejemplo, a la hora de marcar los patrones cinematográficos serios, los directores a los que se debe considerar genios y los que deben ser masacrados) y hasta el lobby de la información deportiva. Periodista amaestrados, aunque ellos mismos no sean muy conscientes de ello, a los que el poder concede exclusivas a cambio de que las críticas (por supuesto que debe haber crítica, sino esto no sería una democracia, ¿verdad?) se mantengan dentro de los límites tolerables, es decir, profesionales. Ya saben: Doctor, ¿verdad que no nos vamos a hacer daño?

De esta forma, es como se crea un espejismo de pluralismo informativo.

Pero como ocurría en la trilogía de La Fundación, de Isaac Asimov, un mutante puede echar por tierra todo un edificio tan bien construido. Pues bien, ese mutante son hoy los puñeteros e irreductibles confidenciales de Internet. Me atrevería a llamarles el único periodismo libre que queda en un sistema capitalista que ha encorsetado la información dentro de los cada día menos, y más grandes, grupos editoriales que controlan el cotarro.

Por cierto, el Ejecutivo Zapatero se ha unido a la campaña contra la prensa electrónica, con la técnica habitual. La ley no escrita de las conspiraciones consiste en acusar de atentado contra la libertad cuando no se puede acusar de falta de rigor, y de atentado contra la profesionalidad y el rigor cuando no se puede hablar de libertad. Un poner: si el Consejo General del Poder Judicial (CGPJ), máximo órgano del llamado tercer poder, no gusta simplemente porque no piensa como el Gobierno, entonces la vicepresidencia del Gobierno, Teresa Fernández de la Vega, le acusa de atentar contra la libertad del Ejecutivo y de entrometerse en su terreno. Por contra, si quien discrepa de mí son los confidenciales e Internet, como es manifiesto que el poder de éstos es mínimo, la acusación es de falta de rigor.

Y también por cierto, el periodismo cristiano, que no forma parte del Sistema, tiene una de sus escasas posibilidades de sobrevivir justo en Internet. No me estoy dirigiendo a los creyentes: simplemente digo que el cristianismo es hoy la única doctrina políticamente incorrecta. Es decir, la que el Sistema político, económico e informativo no puede soportar.

Es más, nunca me ha gustado hablar de conspiraciones, porque hay demasiadas mentes impresionables, siempre inclinadas a buscar el origen de sus males en algún conciliábulo esotérico. Además, no necesito emplear un término tan equívoco porque existe otro concepto mucho más temible que el de conspiración: el consenso. Y en los consensos sí que creo, y los consensos pueden ser mucho más terribles, demoledores y liberticidas que las conspiraciones.

Eso sí, sí a Zapatero y a los Señores de la Prensa, a Janli y a Pedro José, le preocupan tanto los confidenciales es, sencillamente, porque a pesar de todas sus campañas, los confidenciales siguen aumentando su influencia. Y eso, qué quieren que les diga, no se puede consentir. Por si acaso llegara algo aún peor que una sociedad democrática, una sociedad libre.

Seguiremos informando.

Eulogio López