- Dos asuntos para una jornada de Cuaresma: muerte y arrepentimiento.
- Una cosa es el lógico miedo a morir y otra el miedo a la muerte.
- La crisis de la Iglesia es ésta: que los confesionarios crían telerañas.
- En las postrimerías, el cristiano quiere tener el cuerpo dormido y el alma despierta: como Cristo en la cruz.
- Siglo XXI: cuando se comulga lo mismo pero se confiesa menos.
- Si quieres destruir al hombre, consigue eso: que no se arrepienta de nada.
Jesús de Nazaret murió en una cruz, tras una feroz flagelación, a las 3 de la tarde. Por esa razón la mística polaca Faustina Kowalska la califica como la Hora de la Divina Misericordia y pide unos segundos, aunque sólo sea, a esa misma hora, para acompañar el Señor en su agonía. Mismamente, cuando empieza el Telediario de TVE1.
El Viernes Santo hablamos de perdón y muerte. Antes de nada, quien no quiera oír hablar de muerte no entiende nada de la vida.
Vamos con el tránsito. Hay dos tipos de personas: los que le tienen miedo a la muerte y los que le tienen miedo a morir. El cristiano le tiene miedo al morir. Si no, sería un loco. La agonía es espantosa: segundos que parecen minutos, el dolor de la separación de todo lo amado, un cuerpo en el que el dolor se ha apoderado de todos sus miembros, la angustia del aliento que se va… Ante el morir, el cristiano sólo le queda el consuelo de la transitoriedad, del mal trago que llega. Sólo el desesperado busca la muerte. El Cristiano, además, intenta evitar el dolor final por todos los medios, especialmente aquéllos que no le priven de su consciencia, porque en esos momentos los hijos de Dios queremos tener el cuerpo dormido y la conciencia despierta, el Maestro en la cruz. Al menos, en la medida de lo posible.
Es decir, miedo a morir sí, pero ningún cristiano puede temerle a la muerte, que sabe paso hacia un mundo mejor. El cristiano confía en Dios, en el Dios que murió en una cruz a las 15,00 horas, por puro amor a los hombres. Toda la Semana Santa cobra sentido en el alma humana cuando el hombre cae en la cuenta de que todo un Dios ha muerto por él. El Mundo, por el contrario, oculta la muerte porque la teme: la Iglesia la muestra y es entonces cuando toda persona de bien comprende la grandeza del Cristianismo: un Dios anonadado y muerto en la Cruz por amor a mí. ¡¿A mí!
Todo el problema de la modernidad consiste en esa obsesión por ocultar la muerte. La Iglesia, por contra, tiene el mandato de mostrarla. Y eso es lo que conquista los corazones nobles: la muerte, sino del hombre, unida a la certeza de la eternidad.
Vamos con la segunda parte: el sentido del arrepentimiento. Los clásicos decían que los dioses ciegan a los que quieren perder. Ahora mismo podría decirse, con Leonardo Castellani –ese argentino que guarda un cierto parecido físico con su compatriota, el actual Papa Francisco-, que cuando los dioses quieren perder a una nación le envían retóricos, oradores brillantes. Pues bien, la mejor forma de enloquecer a un hombre o a una sociedad es arrebatarle su sentido del pecado. Traducido: que no se arrepienta de nada.
Esta es una actitud individual, ciertamente, pero, hoy en día, no menos social, general. Como en aquella película que narraba las peripecias de un psicópata homicida ruso en Estados Unidos, quien aseguraba, maravillado: "Me encanta este país. Nadie es responsable de nada".
Dicho de otra forma, ¿por qué la modernidad se ha convertido en un manicomio homicida Porque no se arrepiente de nada. Sin arrepentimiento no hay cambio, sin cambio no hay mejora, sólo decrepitud. Pero, sobre todo, si no hay arrepentimiento no puede haber perdón.
Si el Jueves Santo es el día de la comunión, de la Eucaristía, el Viernes Santo es el día del sacramento de la Penitencia, del arrepentimiento ante un Diso que siempre perdona. Y ahí radica el problema actual: hoy, los que se acercan a la comunión son proporcionalmente los mismos que comulgaban hace cincuenta años. Sin embargo, los que se acercan al confesionario no alcanzan ni la tercera parte. Es más, se ha creado una atmósfera en la que la confesión se ha vuelto tarea difícil, al menos en España. Como afirmara la periodista Pilar Urbano, en genial definición de la llamada crisis de la Iglesia, "los confesionarios crían telerañas".
Yo no me arrepiento de nada, es la frase de moda. Pues entonces, querido amigo, es que estás muerto.
Eulogio López
eulogio@hispanidad.com