Su tesis era tan cierta que resultaba clásica y, por tanto, ferozmente discutida y negligentemente despreciada por la modernidad. Choza demostraba que el pudor es naturalidad, algo con lo que nacemos. Por el contrario, la moda es lo artificial, consistentes en ceñir carnes macilentas y convexidades desmayadas con todo tipo de aditamentos y utensilios para convertir la flacidez en tersura.
Viene todo esto a cuento de una reciente conversación con un adolescente, jugador de Waterpolo. Me explicaba el susodicho que, en los vestuarios, son los adultos los que se quedan en pelota picada -y ustedes perdonen la expresión- mientras los jóvenes utilizan el albornoz para ocultar sus partes pudendas. No sé si es el miedo al homosexual -cada vez más plausible y cada vez más silenciado- pero el caso es que los impúdicos son los adultos, no la juventud.
Ya metidos en metafísica, he hecho mi pequeña encuesta con resultados similares. Por ejemplo, pregunté a una amiga amante de machacarse en el gimnasio y el asombro me asalta de nuevo: resulta que son las adultas, y hasta las viejas, las que, agobiadas por la temperatura, se despojan de todo lo despojable en los vestuarios de los gimnasios.
Y aquí algo falla, porque resulta que es la generación de los valores la que se exhibe en cueros, mientras que la perdida generación juvenil es la que mantiene su intimidad a salvo. Me lo expliquen.
A lo mejor es una muestra más de que lo natural es el pudor, con el pudor nacemos, aunque una vez perdidos resulta muy difícil de recuperar. Como diría Clive Lewis, en materia de virtud la experiencia es la madre de la ilusión. En cualquier caso, de la misma forma que la asignatura pendiente en sociología es la cortesía, la asignatura pendiente en las relaciones interpersonales es el pudor y la modestia en el vestir, el decir y el obrar. Virtudes demasiado olvidadas y así nos va.
Eulogio López
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