Considera que la preocupación sobre su eventual reelección es una curiosidad periodística

Mediodía en un céntrico hotel madrileño. Los salones a rebosar. ¿El invitado? El presidente colombiano, Alvaro Uribe. A pesar del tirón, el Gobierno ha oprtado por el perfil bajo: ni un solo ministro ni secretario de Estado. La anfitriona, la presidenta de la Comunidad de Madrid, Esperanza Aguirre. Entre los empresarios, destaca el presdiente de Telefónica, César Alierta y el del BBVA, Francisco González.
Uribe ha presumido de la buena situación económica del país: crecimiento robusto y paro en el 12%. El déficit ha pasado del 4,7% al 0,1%; la deuda del 48 al 22% sobre el PIB. Y es que, explica Uribe, hay que ser cuidadoso con la emisión de deuda para no disputar la financiación con el sector privado generador de empleo. Además, las exportaciones han pasado de los 11.000 millones a los 36.300 millones de euros. Por otra parte, las entidades financieras han mejorado su solvencia y el ratio de cobertura y el país se adelantó a las reformas estructurales: pensiones, fiscal y laboral. También se han reformado 437 empresas del sector público, entre ellas Colombia Telecom, ahora participada por Telefónica a quien ha animado a integrarse con el móvil.
Por último, Uribe informa que Colombia ha pasado de tener 11 zonas francas a 47 y pretende llegar a 64. Son zonas empresariales con una fiscalidad sobre sociedades de tan sólo un 15% y libres de IVA. Una especie de miniparaíso fiscal.
Pero donde Uribe se siente fuerte es en la lucha antiterrorista. Durante su Gobierno han abandonado las armas 50.000 terroristas entre FARC y paramilitares. Es lo que él califica seguridad democrática financiada a través del 'plan Colombia'. ¿Habrá una reedición con la administración Obama?, le pregunta este cronista. Uribe no responde, pero señala que Obama está en la mejor disposición.
Su mensaje es claro: negociación nunca. Considera probado que los procesos de negociación fueron utilizados para sacar ventaja y deja claro que "a mí no me van a llevar a una trampa. Y la trampa consiste -señala Uribe- "en proteger la impunidad de algunos a los que se quiere vestir de ropaje humanitario.

Considera que los intercambios humanitarios no son sino festines politiqueros. Si quieren liberar a alguien que nunca debió de ser secuestrado, señala, que lo hagan a través de la Cruz Roja.
Sólo queda por despejar la incógnita sobre su continuidad. Uribe la califica de curiosidad periodística y asegura que lo importante es asegurar la inversión, la cohesión social y la seguridad democrática. No soy un ambicioso del poder, sino de la inversión y de la seguridad; seguiré luchando toda mi vida contra el terrorismo, apunta. Pero la incógnita sigue en el aire.