El siglo XX pasará a la historia de la humanidad como era en que las crisis económicas por carestía dieron paso a las crisis económicas por sobreabundancia.

Para molestar a los ingenieros sociales, a remilgados como Darwin y Malthus, antecedentes del nazismo y de la contracepción, resultó que este planeta podía alimentar a cientos de humanidades, y que la bomba demográfica no consistía en que hubiera mucha gente, sino en que hubiera pocos jóvenes y una pirámide demográfica invertida, esto es, sobre-abundancia de viejos.

Pero ahora resulta que vuelven a faltar alimentos o, lo que es peor, sus precios se disparan y los pobres no pueden consumirlos.

¿Puede extrañarle a alguien? La política agraria común (PAC) europea y las Farm act norteamericanas consisten en subvencionar a los agricultores y ganaderos que dejaban de producir. Sí, repitan conmigo: hemos pagado por no trabajar, en lugar de por trabajar. Resulta que en lugar de faltarnos alimentos, nos sobraban. Y lo mismo puede decirse con el resto de artilugios. Es más, el último cuarto de la tristísima vigésima centuria se ha caracterizado por el terrible problema de dónde colocar los excedentes y de dónde invertir: habitamos un océano de liquidez, una burbuja financiera permanente deseosa de encontrar una empresa -economía real- con cuyas acciones especular.

Y así, entre las subvenciones para no trabajar -ni en el campo ni en la ciudad: las prejubilaciones no son sino la PAC urbana-, y con una burbuja especulativa financiera, resulta que nos hemos convertido en rentistas. Recuerden que los mejores expedientes universitarios quieren trabajar en grandes bancos de inversión, sociedades de capital riesgo y asesoría financiera: es decir, en negocios especulativos.

¿Qué es especulación?, me preguntó un yupi el pasado fin de semana. Mi respuesta fue: especulación es aquello con cuya supresión la economía seguiría adelante sin que nada ocurriera. El especulador bursátil no financia a la empresa: financia a la propia bolsa.

Así que toca darle la vuelta al calcetín: tenemos que ponernos a trabajar, olvidarnos de las subvenciones públicas, de las prejubilaciones y de la bolsa y producir bienes y servicios que la sociedad necesita, que necesita muchos. Pero es un cambio difícil. Si yo fuera un amante de la pedagogía y creyera en el poder omnímodo de la educación -no puedo creer en ese poder porque creo en otro principio más importante: la libertad de cada individuo- lo calificaría como cambio generacional, que costará lustros ejecutar.

Ahora se pretende reformar la PAC y las Farm Act, las leyes que más han contribuido a la pobreza en el mundo, pero no podrá hacerse sin dos medidas paralelas: castigar la especulación financiera -la actual crisis no es más que especulación bursátil-, y no se me ocurre otra forma de castigarla que vía impuestos- y con el establecimiento de un salario mínimo mundial (SMM, para los amantes de la siglas) que permita liberalizar los mercados sin hacer dumping social. Y junto a esto, las fronteras abiertas para los trabajadores, es decir, para las personas.

Si no, la crisis no remitirá sino que se acentuará. Y cada día que pasa, el margen para rectificar es menor.

Hay que abandonar la mentalidad conservadora, eco-panteísta, que nos ha automutilado y acobardado durante tres décadas. Las llamadas energías renovables no son más que una muestra más de ese conservadurismo suicida, de ese miedo a emplear el potencial más inagotable de la tierra: el talento humano. Ese talento que domeñó la energía nuclear, la más potente fuente de energía con la que nunca contamos, y que es, en verdad, la energía de los pobres, la energía del desarrollo del Tercer Mundo, pero barata, por ecológica y por posibilitar el crecimiento económico que, si por los verdes fuera volveríamos a la caverna. En el fondo, es un cambio hacia la mentalidad creativa, tras casi 40 años de progresismo impotente.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com