Con La sangre del Pelicano nos demostró que sabe contar una historia. El narrador no crea personajes, eso es más bien tarea de dioses, al novelista 'sólo' se le pide que cree un mundo, una atmósfera, donde habiten personajes, y si los personajes no saben respirar esas atmósferas, si parecen gorilas en un rascacielos o besugos en el desierto, entonces es que la historia es un fraude.

Y de la misma forma que los actores tardan años en ser buenos actores, los escritores cuentan muchas historias fallidas hasta que consiguen la atmósfera respirable para sus personajes y el ambiente adecuado para sus tramas.

La hija del ministro es un paso más en el camino. Una historia mayor, pero no a lo Corín Tellado -todo mi respeto para los difuntos- donde las historias rosas siempre terminan por ser verdes. No, amor es entrega, donación de uno mismo, cualquier tipo de amor. Sólo que en el amor entre hombre y mujer existe la pequeña peculiaridad de la entrega del cuerpo para formar una sola carne. Esto es justamente lo que distingue la novela rosa de la novela roja, que es la catalogación cromática que debería asignarse al género literario de las historias de amor, si no fuera porque el amor y la muerte constituyen los sillares de toda obra literaria, pertenezca al género que pertenezca.

Lo que quiero decirles es que pueden abordar con total tranquilidad la historia de La hija del ministro. No hay trampa, aunque sí artificio: Aranguren tiene claro lo único que hay que saber para hablar de amor: que amar es lo contrario de utilizar.

Amor no es destrucción, como sentenciaba ese lúcido desesperado que era Pedro Salinas, pero sí superación. El amor crece o mengua, nunca se estabiliza, quizás porque querer es querer.

Por eso situar la historia de amor en un 'flash-back' que hunde sus raíces en la Guerra Civil española, la última contienda romántica del mundo -romántica, no amatoria- ha resultado todo un acierto. Los progres no le perdonarán a Aranguren que narre las bestialidades cometidas por quienes nuestro inefable Zapatero eleva a la categoría de héroes de la democracia, pero es que la evidencia es aún más terca que los hechos, y el escenario de la Guerra Civil es ideal para pulir los sentimientos blandos de los protagonistas en templado acero capaz de sobrevivir al homicida paso del tiempo.

Por lo demás, Aranguren escribe 'en femenino'. Me explicaré. Si algo caracteriza a la mujer -además de su vigilancia permanente sobre el varón- es el también permanente análisis de sus propios sentimientos. En toda mujer hay dos mujeres: la analista y la analizada. Personalmente nunca he conseguido descifrar el enigma de por qué no se marean al dar tantas vueltas mentales sobre sí mismas, aunque el resto de su ser se vuelque sobre los demás. Es uno de los misterios de la naturaleza que no me será desvelado en este mundo, pero no por misterio es menos innegable.

Enhorabuena Aranguren. Es tan difícil leer una historia de amor donde quede claro que para ser dulce hay que ser muy fuerte...

Eulogio López

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