El Instituto Gallup de opinión pública ha perdido el prestigio de años anteriores. Además, la muestra que nos presenta es bastante pobre, para las exigencias  estadísticos. En cualquier caso, es lo único que tenemos.

Gallup ha realizado una sondeo en 39 países del mundo. El resultado es que la mayoría del planeta se opone a que Estados Unidos lance un ataque contra Irak. En Europa el 50% se opone, aunque la ONU dé el visto bueno. Pero lo curioso, lo impactante, es que, a  pesar de esa opinión, resulta que un 35% considera que es "muy probable" que el ataque se produzca y otro 36% lo cree "algo probable".

Pero, es que en todo el mundo ocurre lo mismo. Por ejemplo, en América un 48% se opone en cualquier caso, Sin embargo, el 40% lo considera "muy probable", y otro 38% "algo probable". Y en Asia, Australia y África son muchos los que se oponen, pero casi todos lo consideran inevitable.   

Especialmente sorprendente resulta ese determinismo en el mundo democrático. En principio, deberíamos pensar que, en una democracia los gobernantes hacen lo que dice la opinión pública. Pues bien, he aquí a una opinión pública que no quiere entrar en guerra pero que considera que no pinta nada en el Sistema, por lo que habrá guerra en cualquier caso. 

Este fatalismo telúrico afecta también a los gobernantes, y domina todo el mundo político y económico actual. En España los grandes empresarios y banqueros están convencidos de que va a haber guerra, al igual que los principales analistas políticos y económicos. Entonces: ¿Para qué sirve la democracia?

Por lo demás, el fatalismo tiene otra secuela: la sociedad deja de resistir a las presiones de los poderosos, se rinde antes de luchar. O dicho de otra forma, ni la batalla de Irak es inevitable, ni lo es la crisis económica, pero la imagen fatalista crea la realidad que tanto teme, de la misma forma que el paranoico, obsesionado con que todo el mundo le persigue, acaba por generar una persecución real sobre su persona.

Por cierto, la encuesta no pregunta sobre las razones de la oposición al ataque contra Irak. Da la impresión de que la guerra en el Golfo dependerá de lo bien o mal que caigan los "yankies" o el inquilino de la Casa Blanca. Hasta el momento, sólo Juan Pablo II ha argumentando por qué no le parece una guerra justa. Los líderes políticos europeos simplemente ratifican o niegan los argumentos, no probados, del Pentágono.