Es el problema económico más acuciante de la década: la subcontratación. En todas sus formas. Días atrás comentábamos el ejemplo de Nike, una multinacional que es una marca, que trabaja con franquicias… y que acaba de forzar el despido de 14.000 trabajadores en Indonesia, sin ningún compromiso judicial ni indemnizatorio con los mismos. Fabricaban producto Nike, ciertamente, pero no trabajaban directamente para Nike, sino para una contrata local de Nike… como otras decenas de miles en decenas de países. La multinacional sabe que puede despedirles sin ningún problema. De hecho, las famosas empresas de trabajo temporal han pasado a ser una más de las muchas modalidad de subcontratación, externalización o ‘outsourcing', como quieran llamarlo. La empresa elude responsabilidades y aquí paz y después gloria.
Tomemos el ejemplo Chile, donde, quizás por el contrario con una presidenta progresista, el país se encuentra inmerso en un mar de protestas por razones laborales. Tanto es así, que los obispos chilenos se han visto obligados a tratar la cuestión. Lo han hecho con una cita introductoria que enmarca perfectamente la cuestión: "Cambian las formas históricas en las que se expresa el trabajo humano, pero no deben cambiar sus exigencias permanentes, que se resumen en el respeto de los derechos inalienables del hombre que trabaja" (Compendio Doctrina Social de la Iglesia, Nº 319).
Es decir, el hombre por encima de la humanidad, frase que podría resumir la ideología cristiana, si es que existe algo parecido.
Los obispos dan en la diana cuando se refieren expresamente a la subcontratación. Esta es la frase: "Se requiere avanzar en el tema de la negociación colectiva en régimen de subcontratación, en el ámbito de la empresa. Los recientes episodios son una muestra de la insuficiente legislación en esta materia. El derecho a la negociación colectiva en términos efectivos, es un derecho básico que el concierto internacional y la propia Iglesia reconocen a los trabajadores. Este reconocimiento no es completo si por una formalidad se impide al trabajador entenderse con quienes más directamente se benefician con el fruto de su esfuerzo".
En efecto, los directivos de Nike en Estados Unidos no le ven la cara a la trabajadora indonesa que fabrica sus sudaderas, que no podrá ni llevarles a juicio. En tal caso, a la franquicia. Al trabajador subcontratado no se le ve, no se le oye, no se le huele. Son asalariados virtuales.
Además, Nike subasta sus franquicias, por lo que los empresarios indonesios se ven obligados a pagar poco dinero a sus trabajadores si quieren mantener su cargo de obra. Un perverso efecto dominó.
Eso sí, Nike está por el desarrollo sostenible, la reputación corporativa, el buen Gobierno y la protección del medio ambiente. A través de sus campañas de publicidad vende la idea de que otro mundo es posible. El dato que revela un lector de Hispanidad atestigua esta especie de hipocresía permanente de las multinacionales actuales.
La subcontratación no es combatible a través de medidas legales. La única posibilidad es la de establecer, como paso previo para la globalización económica y en el seno de la Organización Mundial de Comercio (OMC) una serie de compromisos universales sobre salario mínimo y condiciones mínimas de trabajo. Ahora mismo esas condiciones existen en el seno de la Organización Mundial del Trabajo (OIT) como doctrina, pero no como norma. En definitiva, que todo aquel gobierno que quiera aprovechar las ventajas del libre comercio internacional deberá hacer obligatorias esas medidas en su propio país.
Eulogio López