Los niños españoles ya no se dejan besar, así que Teresa Fernández de la Vega, que no tiene hijos ni parece que vaya a tenerlos, se ha ido a buscarlos a Liberia, donde no pueden negarse a ser achuchados por la primera dama del Ejecutivo Zapatero, porque representa al dinero que, con dinero de los contribuyentes, que no de doña Teresa, paga parte de su educación y parte de su cuidados sanitarios.

Y no se crean que las fotos e imágenes de la tele nos salen caras. Doña Teresa se está financiando, con cargo al erario público una imagen de mujer sensible y humanitaria, que sonríe a los infantes liberianos con gran entusiasmo, mientras la cámara filma y equipos de periodistas y cámaras de televisión preparan sus crónicas. Equipos que, por cierto, cuestan un potosí trasladar a la zona de autos, y a los que doña Teresa no duda en regañar -o censurar -ya lo ha hecho, exigiendo a los periódicos que envíen redactores sumisos e indicando nombre- si las crónicas no coinciden con sus deseos. Para eso invita, aunque no pague.

Claro que la imagen de amiga de la infancia global le hubiera salido mucho más coherente si no hubiera aprovechado el viaje para defender la nueva ley del aborto, y afirmar, sin que se le moviera el tupé, que el aborto, es decir, el asesinato del propio hijo, es un derecho de la mujer. ¿Derecho? Oiga señora, ¿está usted sobando niños negros indefensos y considera un derecho que sus madres se los hubieran cargado en su vientre para librarse del paquete? ¿Pero qué clase de hipocresía es ésta? La señora vicepresidenta considera que la mejor manera de acabar con el hambre es matar al hambriento. Y encima le tenemos que pagar su carrera de filántropa, porque a la señora le gusta tener buena imagen. ¡Dios nos libre de las filántropas, que tienen la cara muy dura!

Eulogio López

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