Como si no hubieran pasado 15 años desde el estreno de Nadie hablara de nosotras cuando hayamos muerto, Agustín Díaz Yanes vuelve en Sólo quiero caminar a ofrecer la visión más cruel, sórdida y desagradable del mundo actual. Pero ahora en un guión mucho más desmañado y excesivo en violencia y el sexo.
Un grupo de atracadoras (algo increíbles en sus acciones) después del estrepitoso fracaso de uno de sus golpes se ven abocadas a trasladarse a México D.F. tras ser una de ellas maltratada brutalmente por su marido, un mafioso con el que acaba de casarse. Su objetivo está claro: la venganza. Allí una de ellas se implicará emocionalmente con un matón mientras preparan el atraco de sus vidas
Este largometraje de cine negrísimo, donde ningún personaje está libre de culpa, resulta muy confuso porque aunque juega a ser feminista (ellas toman las riendas de la situación, pagan por acostarse con quien quieren, son tan guerreras y tan violentas como ellos) al mismo tiempo es ofensivo por el tratamiento que da a todas las mujeres que salen en el reparto desde la primera imagen. No acabo de entender la obsesión de Díaz Yanes por las repetidas imágenes de sexo oral en esta película, que sitúa a las féminas que desfilan por el reparto en las situaciones más humillantes que pueden contemplarse en la pantalla grandeDe tal forma que el cóctel de violencia y sexo que impera en su desarrollo es tan brutal que hay que tener aguante para llegar al final. Eso suponiendo que alguien se aclare porque hay dos y no un solo atraco en México o que le resulte verosímil la historia de amor basada en pura carnalidad que mantienen los personajes interpretados por Diego Luna y Ariadna Gil.
Para: Sinceramente, no lo sé