El periódico La Verdad de Murcia, edición del lunes 5, publicaba la noticia de la candidatura de Juan Martínez Moya, presidente del Tribunal Superior de Justicia de Murcia a una vocalía del Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Por el Partido Popular, naturalmente.

Juan Martínez Moya fue el superior que le dijo a su subordinado, salvo en lo que se refiere a la independencia judicial, naturalmente, que Fernando Ferrín cerrara cuanto antes -ya se supone en qué sentido- el caso de las dos lesbianas que pretendían adoptar a la hija de una de ellas, producto, no del amor humano, sino de una donación de esperma de origen aproximadamente desconocido.

Y Moya fue muy claro cuando le dijo a Ferrín: "Un católico no puede ser juez de familia".

En esas palabras se resume la idea motriz de la derecha judicial del Partido Popular. Está bien eso de ser católico pero no católico coherente. E insisto: no es que Ferrín quisiera incumplir la ley: lo que pretendía era cumplir su letra y su espíritu, que consistía en intentar proporcionar a una criatura la mejor educación posible... que es la que proporciona la unión de una madre y un padre. Y si falla una de los dos, la solución no es que le eduquen dos lesbianas. La figura del padre es vital para la felicidad de los hijos, sean educados cristianamente o en el agnosticismo más recalcitrante.

Ferrín no cedió y eso le costó ser inhabilitado y perseguido como juez. Moya ya había cedido en su conciencia mucho antes de perseguir a Ferrín.
Hoy Ferrín sobrevive como puede mientras Moya aspira al CGPJ. Eso sí, a los ojos, no ya de Dios, sino de los hombres ecuánimes -la principal virtud de un juez-, el mártir de la coherencia es Ferrín mientras Moya pertenece al grupo de la derecha pagana, el gran invento -mejor, plagio- pepero.

Eulogio López

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