Algo falla en nuestras mentes cuando seguimos viviendo con la necia convicción de que el mañana será como mejor nos conviene, como mejor satisfaga a nuestros instintos y apetencias, pensando lo buenos que somos y que a listos pocos nos ganan.
Y lo hacemos sin pensar, con normalidad, también en la muerte y qué queremos llevarnos en nuestras manos.
Sin pensar en ese punto y final al que debemos aplicarnos en preparar como hecho nacido con nosotros mismos y hacia el que caminamos en ese día a día que vivimos esperando, aquí, la única gloria, el bienestar que, ilusos, creemos de quienes lo preconizan con sus variadas frases, repetidas una y otra vez, por activa y por pasiva; del derecho y del revés, pero siempre dirigidas a ensoñar y confundirnos en la realidad que no es otra que la del charlatán de posguerra que aparecía por las esquinas de los pueblos.
Con su vocerío conseguía que las mujeres salieran de sus casas a escuchar sus ocurrencias y observar su mercancía, inútil e innecesaria, inadecuada por demás, porque lo imperioso era cubrir necesidades, la necesidad del pan nuestro de cada día. Sin embargo… ¡Cuántas se embelesaron mientras escuchaban boquiabiertas aquella verborrea! Y ello lo aprovechaba un ayudante del charlatán que entraba en sus casas y se llevaba hasta la cazuela con lo que en ella se estaba cociendo.
Eso es lo que le ha pasado a mi pueblo. El 'charlatanerío' ha proliferado y se ha valido de cientos y cientos, de miles de asesores, de personas de su confianza (de los charlatanes y charlatanas); unos nos venden secesión, otros independencia, otros "su mejor democracia", siempre con el "nosotros no somos como los del partido…", y mientras, han desaparecido de los hogares las ollas, las cazuelas con sus viandas, y, hoy, hasta las viviendas.
La situación, entonces, fue la consecuencia de la lucha por el poder y el interés férreo de imponer, a toda la mación el régimen comunista ruso, a toda costa, sin importarles las vidas de quienes las iban a perder, ni la suerte que corrieran la de aquellos que tuvieron que salir por diversos motivos sin ir acompañados del oro, ni tampoco de quieres se quedaron y no quisieron pasarse a falangistas (había un dicho: FuimosRojos; Ahora Nacionales;Comemos Ostras…) y soñaban, pacientemente, con el día en que España se viera liberada de la dictadura. Iba a ser entonces poco menos que la venida de la auténtica gloria.
Lo primero que íbamos a experimentar era el retorno del oro español, pues nos mantenían en la mentira de que éste fue puesto a buen recaudo para impedir que alimentara a la dictadura franquista y sería, pues, restituido al pueblo con el retorno de la democracia que, según los dirigentes derrotados, era su legítima dueña.
Pero cuando ésta vino nos topamos con la primera gran mentira. Ahora, frente a frente, el oro fue entregado a la URSS para pagarle su ayuda al frente popular durante la Guerra Civil. O sea que, como suele decirse, mi gozo en un pozo. Nos encontramos con Franco muerto, sí, pero con un aluvión de personajes que, al acecho, deseosos estaban de volver y recibir los honores, los escaños, los nombramientos, las pensiones, etc., etc., todo ello alimentado con las divisas de unos y el sudor "in situ" de otros.
Quienes nacimos en la posguerra, en una familia humilde y de padres socialistas, sabemos lo que eran las calles llenas de obreros, de 14 años en adelante, que iban como hormigas a sus destinos de trabajo, lejos aún del amanecer, en busca del autobús o del metro que en las horas punta se convertían en latas de conservas auténticas. No nos fue nada sencillo. Y, emigrar, aunque fuese a esa gran madre bella y generosa que fue Barcelona, menos aún. Se deja mucho atrás que, después de aquella partida, sólo vive en nuestra memoria y en nuestra nostalgia, y nos deja trastocaos. Prueba de ello es la actitud de los descendientes de aquéllos, esa gran parte del pueblo catalán hoy, que se avergüenza de sus orígenes, realmente, y al resto de españoles, si se presenta y les conviene, les llama "la puta España".
Como dice una de las canciones de nuestra gran Rocío Jurado: "Con qué alegre confianza se va queriendo y queriendo; se va, jugando y jugando, se va perdiendo y perdiendo". La alegre confianza con que entregamos nuestro futuro y el de nuestros hijos, además de nuestro trabajo y esfuerzo de toda una vida sin permitirnos caprichos, a los políticos de la democracia soñada. Queriendo y queriendo ofrecerles a nuestros descendientes más y mejores oportunidades y un amino más allanado que el que tuvimos nosotros.
Volviendo a la canción, ellos fueron ganando (los políticos) en el ejercicio democrático, y a los trabajadores, los mayores, las mujeres, la clase media, nos tocó perder lo que obtuvimos durante toda nuestra vida, que es, nada más y nada menos, que nuestra seguridad en las pensiones y el futuro de nuestros hijos y nietos.
Esperábamos el progreso, con la incorporación al ámbito laboral de la mujer en total igualdad que, al lado de cada centro de trabajo, iba a poder contar con guardería, para conciliar su vida laboral y de madre; las residencias para mayores y/o personas dependientes iban a proliferar como champiñones, ayudando, en todas las parcelas de nuestras vidas, a las clases con menos recursos, tener una vida digna.
España iba a brillar con luz propia gracias a ése progreso. O gracias a aquellos políticos que son catalogados como herederos de sistemas conservadores y que gran parte del pueblo entiende como conservar las costumbres y principios que nos mantengan en el respeto a los mayores, al prójimo, a las instituciones como la familia y las ayudas que sirvan para facilitar su gran labor en la Comunidad.
Suele suceder que ganen los listos, los que dedican gran parte de su tiempo a observar su entorno y se tumban debajo del árbol más frondoso, no para meditar sobre cómo conseguir la aleación para obtener oro, o dar con la teoría de la gravitación universal, no. No se ha tratado de esperar ver caer una manzana, sino la breva.
Obreros, hombres y mujeres, decididamente, hemos perdido. No era el progreso lo que se iniciaba, era el emerger, como ha dicho alguien y yo comparto, de una nueva casta: la casta política. Ésta se ha propiciado un porvenir más certero y atractivo, tanto, que es el oficio al que aspira la mayoría de la ciudadanía; se adhiera para conseguirlo, al partido político que sea.
Es un campo abierto y extensísimo al que suele accederse sin titulación académica, sin master, sin experiencia, sin idiomas y, encima, se puede ocupar más de un cargo ¡Ah! Y si alguien sale con eso de que "presuntamente" se ha cometido, o hay indicios de ello, de prevaricación, falsificación, engaño, etc., no hay que preocuparse, como dice Su Majestad, la Justicia es igual para todos.
Da igual que los jóvenes vayan a la Universidad engañados de que van a tener mejor futuro, de que los abuelos vean con amargura al hijo o hija separados y parados y la poca vida que a ellos les queda. Da igual también pagar 1.200.000 euros a un director de caja de ahorros los impositores, como pagamos los contribuyentes a nuestros políticos tanto en el Estado Central como en los 17 estados autonómicos. En éstos casos ya sabemos que se entiende que el dinero público no es de nadie.
Lo que sí es de todos esos sectores del pueblo castigado y utilizado, son las deudas que la nueva casta, con su filosofía y desenfreno, con su, simple y llanamente, cara dura y falta de escrúpulos.
Han echado en los hombros de quienes esperaban puestos de trabajo y guarderías, residencias, industria, trabajo para ejercer sus carreras…, las deudas contraídas, además, vanamente, aunque no para ellos.
Sin duda, tenemos que romper la baraja, o aquí contamos igual todos. Aunque todos no seamos iguales.
Isabel Caparrós Martínez