Lo explicaba en ABC, Juan Manuel de Prada, el pasado sábado. Tendremos pederastas a granel y, como el viejo chiste, esto no queda así: esto se hincha. ¿Qué esperábamos? Llevamos un par de generaciones trivializando el sexo y ahora pretendemos que la tercera hornada se lo tome en serio. ¿Acaso les hemos enseñado a hacerlo o les hemos rodeado desde la cuna de una vendaval de pornografía? ¿No habíamos previsto que la liberación sexual terminaría en la esclavitud del desamor? ¿No habíamos previsto que el sexo desprovisto de amor, es decir, de compromiso, terminaría en ensañamiento con el más débil. Amar es lo contrario de utilizar, clamaba Juan Pablo II. ¿Fuimos tan lerdos de creer que el desmadre sexual, no se convertiría en la mejor arma del poder para imponer a los ciudadanos-borregos cuanto les viniera en gana? El mismo poder que se lleva las manos a la cabeza ante casos como el de la Niña Mari Luz, alienta el sexo temprano entre adolescentes y reparte píldoras del día después, del día después de la noche loca, e imparte asignaturas en las que se anima a los niños a masturbarse, o a probar las distintas opciones sexuales, es decir, el talante, por detrás y por delante.

Y aún ha resultado más trágica la reacción de esa misma progresía que llegó al poder al grito de "prohibido prohibir" y que resumió todo su dogma en el "Abajo los curas y arriba las faldas", heredera de aquel credo que recogía la pintoresca carroza que desfilaba por la madrileña Puerta del Sol, en los tiempos gloriosos de la II República, portando a un grupo de liberales señoras, con el faldón bien enhiesto, que coreaban su desenfadada doctrina: "¡Viva la libertad de enseñanza!".

Lo digo porque el poder mediático se ha lanzado a una de esas controversias que sólo pueden darse en el mundo actual. ¿Debemos castrar a los pederastas? (químicamente claro, que la castración física da mucho asco). Recuerden, todavía hay algo peor que las tiranía de los jueces y ese algo es la tiranía de los medios. En una de sus mejores plasmaciones, Clive Lewis explica que la tiranía del mundo no la ejercerán militares bigotudos ni políticos de expresión ceñuda, sino médicos con bata blanca, que tranquilizarán al paciente: "Pero mi querido amigo, si nosotros no queremos condenarle: queremos curarle". Y es que la tiranía del siglo XXI -por ejemplo- llegará por el relativismo que ya nos domina, donde no existe ni el pecado ni la culpa, donde las aberraciones recibirán el nombre de patología. ¿El pederasta? Un psicópata no necesita castigos, sino fármacos, fármacos que inhiban su deseo sexual.

Estos majaderos se han creído la tontuna del alma neuronal y piensan que el sexo es una cuestión de genitales. Ya pueden castrar -física o psíquicamente- al violador o al pedófilo, que si su conciencia -la espiritual y no neuronal- no le arguye de culpa, seguirá violando, o destrozando, a niños, niñas y a toda carne que se le ponga lo suficientemente débil, siempre que sea lo suficientemente débil, porque el sádico siempre es cobarde. No, mientras no cambie la conciencia, en uso de su libertad, no hay nada que hacer. Y ni la conciencia ni la libertad son neuronales. Pero claro eso exige volver atrás, que es otra forma de caminar hacia adelante, sólo que en otra dirección, a veces la dirección adecuada, y volver, en nombre de la libertad y en defensa de la inocencia a recuperar el matrimonio indisoluble entre sexo y amor, lo único que puede limpiar el fondo del pozo: que el hombre nunca es un medio.

El regreso a la cordura, es decir, a la libertad, no sólo es importante: también es urgente.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com