Ségolène Royal es el PSOE francés; Sarkozy y su Unión por un Movimiento Popular (UMP) es el Partido Popular. O sea, que en Francia ha ganado el mal menor. Uno empieza cansarse de que siempre gana el mal menor y no el bien posible, pero qué le vamos a hacer.
Podemos hacer todo menos alegrarnos. Sarkozy ha parecido ante los franceses afirmando que comienza una nueva etapa. De lo que se deduce que la etapa anterior, como ministro cualificado, la política del Gobierno del que formaba parte le pilló de vacaciones con sueldo oficial.
En su primera alocución como nuevo presidente, don Nicolás ha hablado de recuperar la moral, la autoridad, el esfuerzo. Este es el problema de Sarkozy: que desea ardientemente las estupendas consecuencias de una civilización cristiana sin aceptar los principios cristianos, es decir, las causas que provocan esas consecuencias. Esto, es, que estamos ante todo un centro-reformista. Aznar se sentirá feliz con el resultado, a pesar de lo poco que le gustan los franceses.
Sarkozy habla de moral y del os valores cristianos que han construido Europa, pero, como buen centro-reformista, no quiere perder el apoyo del so homosexuales, por lo que afirma sentirse asombrado por la postura de la Iglesia ante los homosexuales. ¿No es, acaso, éste estar en misa y repicando una prueba del relativismo que critica, del relativismo que es el verdugo de toda moral, incluida la cristiana? A don Nicolás puede decírsele lo mismo que a don Mariano Rajoy: si la homosexualidad es una cuestión relativa, pura cuestión de opciones, y la homosexualidad no es condenable, tampoco es condenable el relativismo. Y si Sarkozy nada tiene contra la homosexualidad, ¿por qué se niega a otorgarle el rango de matrimonio y por qué se niega a la adopción gay?
No, Sarkozy no pertenece a la civilización cristiana que predica. Lo único que le diferencia de Ségolène Royal es que sabe que, sin esos principios cristianos, y en particular el principio cristiano de justicia, no llegamos más que al progresismo nacido del mayo francés, el de Royal, esto es, a una sociedad sin dogmas, es decir, sin sentido de la vida, a una sociedad triste y amargada, una sociedad que aborrece de su propia existencia porque carece de una razón para vivir. Y cuando se le da esa razón, duda de ella
Otra confusión entre causa y consecuencia: Sarkozy pide autoridad. Ahora bien, el orden, como el recordaba Royal –aunque sólo lo hiciera por fastidiar a su contendiente- el orden es deseable, pero debe tratarse de un orden producto de la justicia, no de la disciplina. La disciplina es eso de lo que se echa mano cuando ha fallado la autoridad que se legitima por la justicia.
En Francia, ha triunfado el mal menor: no es para tirar cohetes
Eulogio López