Si te dedicas al asesinato tienes que tener el material adecuado para el reciclaje. En otras palabras eso es lo que dice la sentencia absolutoria del doctor Morín, el abortero más famoso de España para justificar las máquinas rompecocos, donde se daba tratamiento a los residuos biológicos, la forma como sus señorías califican a los cráneos y osamentas de los bebés masacrados. No son restos humanos ni cadáveres descuartizados: son residuos biológicos.

Por residuos biológicos debemos entender tanto el cadáver de los niños como el cadáver de los tres jueces autores del fallo, cuyos futuros fiambres serán, en efecto, bioresiduos.

Nuestros magistrados consideran lógico que el señor Morín (en la imagen), profesional de las IVE (interrupción voluntaria del embarazo, pues a sus Señorías de la audiencia Provincial de Barcelona les resulta muy duro hablar de abortos, un término que ni el Nuevo Orden Mundial ha conseguido ennoblecer), posea máquinas rompecocos. Ya saben, para librarse de los residuos biológicos.

Es lo mismo que ocurre con los asesinos -no le estoy llamando asesino al doctor Morín, noooooo-. Lo que hace que los pobres tipos se planteen con seriedad el cambio de oficio es ese punto lamentable de su quehacer laboral: cómo librarse del cadáver.

Pero un profesional, un buen gestor, está obligado a buscar soluciones a los retos de su gestión: las máquinas rompecocos, trituradoras para librarse de los cadáveres. Jack el Destripador no disponía de máquinas rompecocos. Y eran buenos profesionales.

A mí no me sorprende lo de Morín, lo que me sorprende es la sentencia de los magistrados.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com