Sr. Director:
Ha dicho Monseñor Cañizares que "la unidad de España es un bien moral". Mientras, usted afirma que "uno es partidario de la unidad de España y se siente orgulloso de ser español, pero tanto como un bien moral..." (sic). No le parece que la unidad de España sea un "bien moral": "Un bien moral es la vida humana, don de Dios", añade, y más adelante: "Monseñor: ¿qué pinta la Iglesia en la batalla nacionalista? ¿Ha reparado en los cristianos nacionalistas que no consideran la unidad de España, no ya un bien moral, sino tan siquiera un bien?".
La defensa política y legal de la vida humana es algo prioritario, pero eso no quiere decir que ése sea el punto en el que debamos atrincherarnos en la batalla política. Un planteamiento político que no parta de un concepto correcto del bien común, y sí lo haga de un bien –por importante que sea- parcial, no saldrá del círculo vicioso del voluntarismo moderno en el que nos encontramos.
Cuando Cañizares dice que la unidad de España es un bien moral está diciendo sencillamente que España es una realidad moral ("Que no pertenece al campo de los sentidos, por ser de la apreciación del entendimiento o de la conciencia", DRAE). O sea, España no es una cosa material. Uno no puede agarrar España (aunque a los "noventayochistas" les "doliera España", y aunque obviamente unas tierras y un pueblo forman España). Pero aunque sea un ente moral, como a todo ente, le corresponde la integridad y la unidad: luego, defender la unidad de España es, claro que sí, un bien moral. La vida humana, por el contrario, no es un bien moral, es un bien en sí (entitativo): es una realidad en la que se fundan comportamientos éticos o morales.
Me parece, pues, que las palabras de Cañizares son correctas y las suyas, me temo, no tanto. Pero, si España existe –como ente moral con proyección histórica–, entonces es de ley, moral, –ahora en el sentido de lo correcto y de lo incorrecto, pues están implicados al menos el cuarto, el séptimo y el octavo mandamientos– defender la propia patria, y quien la quiera destruir sin justa causa actuará de forma inmoral. Es cierto que hay católicos que son separatistas, pero, ¿es lícita éticamente esa opción?
La batalla por la verdad –también la histórica– es una batalla de la Iglesia, lo mismo que la batalla por la justicia. Ambas batallas están implicadas en este caso, así que no comprendo cómo aconseja, benévolo, "Monseñor: no seamos ingenuos. No meta a la Iglesia en batallas que no son suyas, donde no tiene nada que ganar y mucho que perder". Los católicos españoles están obligados a defender España y el arzobispo primado de España hace bien en dar ejemplo de ello. El terrorismo nacionalista es perverso por atentar contra muchos bienes: la vida, la libertad, la justicia, pero no sólo esos. También ataca a la verdad, pues no sólo mata con sus armas, sino que también corrompe con su doctrina falsa.
José Antonio Ullate
jaullate@hotmail.com
Sr. Director:
Así como lamento las declaraciones que el Primado de España realizó el día 19 -en presencia de Bono y otras personalidades- pretendiendo que se reconozcan las raíces cristianas de Europa aunque sin anhelar ningún pasado confesional (palabras suyas), aplaudo las de reconocimiento como bien moral la unidad de España. Sí es cierto que resulta extraño que un día abomine de la confesionalidad de España y al siguiente valore como bien moral la unidad que se cimentó precisamente por la confesionalidad.
Laura Martín
laurtin2002@yahoo.es
Sr. Director:
He leído su editorial "Más confesar y menos 'patriotear'. (Carta abierta a Monseñor Cañizares)", que me ha dejado perplejo. La unidad de España es incuestionable, tanto histórica como espiritualmente, y no es objeto de discusión. Es un hermoso legado que hemos recibido de nuestros antepasados y que debemos preservar íntegro y transmitir a generaciones futuras, tal como lo hemos recibido. El hecho de que un Prelado de nuestra Iglesia haya afirmado lo que en otros tiempos era evidente –hoy parece ponerse en solfa-, debe ser objeto de encomios, no de puyas.
La unidad de nuestra patria está real y verdaderamente en peligro gracias a las competencias que han crecido hasta unos puntos tan impresionantes, fruto de una cesión en nuestra Constitución que nunca tuvo que producirse, de la debilidad y lenidad de los sucesivos gobiernos, y de la avaricia inherente en la propia naturaleza caída del hombre, que ahora resulta imposible frenar esa bestia que durante años se ha alimentado.
Esas competencias, dadas en su día tan alegremente, son las que están destruyendo la unidad de España, pues se están empleando mal, se hace un mal uso de las mismas, en beneficio de intereses separatistas. Caso flagrante de las competencias de Seguridad, Cultura y Educación. Se está realizando un auténtico lavado de cerebro en las ikastolas vascas, en Cataluña y en Galicia, donde se enseña que España es un ejército de ocupación, invasores que los están oprimiendo. ¿Qué pasó ahora en Cataluña en las elecciones con Ezquerra Republicana? Su voto es un voto mayoritario de jóvenes. Son los jóvenes que han mamado la falsificación de la historia, el envenenamiento de sus mentes. Y no se puede permitir que impunemente se envenene la mente de nuestras jóvenes generaciones inculcándoles que su entelequia de región ha estado oprimida por España y que la liberación vendrá con la independencia.
Y hay más. La fuerza de los nacionalismos podemos achacarla, aunque parezca paradójico:
1º) A una fuerza centrífuga de disolución de las naciones en un mundo globalizado, mundialista, con la consiguiente pérdida de soberanía, de identidad, de religiosidad y misión histórica en torno a la que agruparse. La Patria se difumina.
2º) A una fuerza centrípeda interior de las regiones cara a buscar otro fundamento, otra historia que no se tambalee. El hombre histórica, filosófica y mentalmente necesita asentarse. Ya escribía Martin Heidegger: Sé por la experiencia e historias humanas, que todo lo esencial y grande sólo ha podido surgir cuando el hombre tenía una patria y estaba arraigado en una tradición.
Por lo que urge recuperar el sentido de Patria. Y ello es imposible sin un rearme moral, cultural y espiritual. Ya lo afirmaba en su discurso de ingreso en la Real Academia Española el Duque de Alba en 1943: Nuestros males no pueden tener remedio hasta que volvamos a renovar la fe católica, base y esencia de nuestra civilización.
José Martín Brocos
jmbrocos.ihum@ceu.es