Estoy encantado con la deriva que toma la renuncia de Benedicto XVI, al menos en los medios que, se supone, son el reflejo de la sociedad.

Están muy ocupados los cristófobos con la quiniela de papables. Es decir, que se han olvidado de la parte fundamental: ¿Por qué ha dimitido Benedicto XVI

El director de La Gaceta, José Javier Esparza, ha sido uno de los pocos que ha ido más allá en ese enigma que sigue siendo la dimisión del Papa Ratzinger. Esparza no juega a papables, pero sí dice que el próximo pontífice deberá enfrentarse a lo que en Hispanidad bautizamos como Nuevo Orden Mundial (NOM) -copiado del gran Juan Claudio Sanahuja, todo hay que decirlo-. Oigamos a Esparza: "Hoy se está imponiendo sobre todo el globo una estructura de poder nueva; con ella han aparecido instrumentos económicos y culturales que dictan el bien y el mal en numerosos países. La "agenda mundialista" de la ONU, con sus políticas de fomento del aborto en cualquier parte, es un buen ejemplo. Hasta la fecha, la única institución de aliento universal era precisamente la Iglesia católica. Ahora hay otra especie de "iglesia" mundial con sus propios mandamientos y sus propios pastores, y es obvio que no va a tolerar otra presencia a su lado. ¿Qué hacer ante este nuevo poder mundial ¿Plegarse a él o configurar un polo espiritual alternativo".

Insisto, la cristofobia actual ha dado un paso más: no pretende destruir a la Iglesia, sino conquistarla porque el mundo, camina, como dice Esparza hacia un nuevo orden. Nuevo Orden, por cierto, producto del arrinconamiento de Cristo en el corazón del hombre.

No se trata del fin del mundo, que no tengo la menor idea de cuándo acabará, aunque sí es un dogma de fe para un cristiano, dogma que se repite cada vez que se reza el Credo. Se trata, simplemente, de que la corrupción, fruto de ese alejamiento de Cristo, ha crecido tanto, y es de tal calibre, que la olla corre el riesgo de explotar. Buena prueba de ello es la crispación que se nota en la calle, y que no obedece sólo a las dificultades económicas. La crisis es consecuencia de la inmoralidad reinante y de esa nueva moralidad con la que los enemigos de la Iglesia pretenden reescribir los 10 mandamientos, prescindiendo del mandatario. Tarea harto difícil pero a costa de sofismas puede lograrse.

El problema consiste, naturalmente, en que la humanidad de la nueva etapa, será cristiana o no será. El problema del mal es que carece de esencia, siempre habla en negativo. El mal no es más que la ausencia de bien. Por eso tiene una vida tan corta.

De cualquier forma, para un cristiano la salida es clara: se llama confianza en Dios. Él sabe más. Por decirlo de otro modo: si supiera -que no lo sé ni lo espero, aunque sí espero ese Nuevo Orden del que habla Esparza- que el mundo se fuera a acabar mañana, ¿qué haría yo Lo mismo que estoy haciendo hoy. A fin de cuentas, para toda criatura, el fin de mundo es su propia muerte, camino del lugar donde nos veremos como somos conocidos. En palabras de San Pablo leídas hoy Miércoles de Ceniza, el único deber apocalíptico del cristiano es el de siempre: "En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios". No es casualidad que en todas las apariciones marianas, el mensaje central de María no sea el castigo que puede venir sino la llamada a la conversión de los hombres... que evitaría cualquier castigo.

Y sí, insisto en que la renuncia de Benedicto XVI está relacionada con ese Nuevo Orden donde todos nos jugamos tanto.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com