Todavía recuerdo a una joven china que conocí durante un viaje a Pekín. Me escribía correos electrónicos de difícil localización, pero siempre me pedía –no me pregunten por qué, soy de letras- que le respondiera por teléfono. De hecho, aprovechaba sus escasos viajes al extranjero para escribirme desde fuera. Y no se trataba de una opositora al Régimen, o de una católica perseguida –sí, en la esperanzadora China los católicos son perseguidos, encarcelados y torturados, aunque nuestros capitalistas y políticos no quieran darse cuenta-, sino una funcionaria del Gobierno que defendía al Régimen y a la costumbres de su patria, Lo que ocurre es que la libertad, o la esclavitud, también son, como todo en la vida del hombre cuestión de hábito.
Google, el gran hermano informativo del siglo XXI aceptó la censura del Gobierno de Beijing, como lo aceptan todas las grandes multinacionales a las que se les hacen los dedos huéspedes con tal de vender en un mercado de 1.100 millones de seres humanos. China es hoy, más que nunca, la degradación de la democracia, conocida bajo el concepto de "un país dos sistemas": la tiranía comunista que gobierna y el capitalismo económico que impera. Los progres decían que el Régimen de Pinochet era un imposible, al intentar casar liberalismo económico con dictadura política. Pues bien, al parecer sí es posible; lo tienen en su propia casa, sólo que no en un país de 30 millones, sino en un infierno de 1.100 millones que, a pesar de su libertad económica, están deseando emigrar. Como China es capitalista decimos que es democrática. La codicia no sólo es ciega: es cínica.
Además, China constituye el mayor genocidio de toda la era moderna, superación del genocidio nazi y del gulag. La política de un solo hijo por pareja –a ser posible varón- es el punto donde confluye las tiranías socialista y capitalista, ambas en perpetua competencia por saber quién mata más rápido a más inocentes. El Régimen del viejo Mao, el mayor asesinato de la historia, ha encontrado en el aborto el punto de encuentro con el Occidente liberal.
La única que resiste el autoritarismo chino -la mayor tiranía del mundo- es la Iglesia Católica, que ni tiene ejército ni tiene dinero: sólo la fuerza de la palabra. Y eso es lo que Pekín no soporta. Los tiranos del mundo le tienen pavor a la palabra, especialmente si es la palabra de Cristo.
Por eso, Pekín se ha lanzado a censurar, no la CNN norteamericana, ni los video-clips de la MTV, tan subidos de tono que constituyen la principal preocupación actual de muchos países islámicos. Lo que ha censurado Pekín, allí donde ha podido, por ejemplo de las páginas web, es decir, del paraíso de libertad que es Internet, ha sido la Carta de Benedicto XVI a los católicos chinos, un arma verdaderamente letal. Porque los tiranos chinos son tipos listos: no temen al Pentágono, no temen a los fundamentalistas del maoísmo. De todo eso saben mucho y pueden combatirlo. Lo que realmente temen es a gente consciente de su propia dignidad de hijos de Dios, es decir, temen a cristianos conscientes de serlo. Si el socialita Indalecio Prieto solo temía a un "requeté recién comulgado", los chinos temen, principalmente, a aquellos que son conscientes de ser hijos de Dios. Esos son peligrosísimos, un virus que puede destrozar cualquier poder. Recuerden que el único sistema político que admiten los santos es la acracia, la ausencia total de todo tipo de poder e imposición. En este sentido, comprendo la censura de Pekín: el revolucionario más peligroso del siglo XXI es el tal Benedicto XVI, un peligroso facineroso que se atreve a formular principios tan estrafalarios como el de "Dios es amor". Un chino convencido de ese principio constituye una amenaza al Régimen… a cualquier régimen.
Eulogio López