El grupo de Expertos en Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder judicial (CGPJ), controlado por los acomplejados del Partido Popular y, en la violencia de género, al mando de Montserrat Comas, han decidido, tras un sesudo estudio, que los hombres que maltratan a sus mujeres no están locos, ni lo hacen bajo el influjo de la droga o el alcohol, sino que actúan con premeditación, alevosía -vulgo, mala leche-, con conciencia y excesiva brutalidad.

No cabe duda de que tan sesudo informe sin duda ayudará a resolver la guerra de sexos.

Por de pronto, nos encontramos con el siempre olvidado principio de que no es que el loco se vuelva malo sino que el malo se vuelve loco, principio que sólo reconocemos cuando nos aprieta el zapato. Y es que reconocer que la gente actúa con malicia, a conciencia, significa aceptar que el hombre tiene conciencia, que es libre, capaz de elegir entre el bien y el mal, y ya, por el mismo precio, aceptar que existe el bien y el mal. Postulados todos ellos que no gustan nada a la progresía, que siempre ha preferido navegar entre volubles deseos personales y más volubles caprichos de cada cual.   

Otro descubrimiento ético de tan profundo informe estriba en que el cobarde que golpea a una mujer -sexo que se distingue por su debilidad física comparativa respecto al hombre- actúa con gran brutalidad. Suele suceder. Lo mismo ocurre con el conocido tópico feminista que reza lo siguiente: Puestas a ser malas, las mujeres somos más malas que los hombres, a lo que sólo se puede responder: es que las personas -hombres o mujeres- sólo son malas cuando se ponen a ser malas, ergo...

Pero, como es sabido, todo informe feminista decide primero las conclusiones y luego busca las premisas para llegar a ella, parte ésta que podríamos denominar trabajo de campo. La conclusión buscada era que el varón es malísimo, un verdugo, mientras que la mujer, naturalmente, no es más que la víctima propiciatoria, apenas dañada por el pecado original.

Ni que decir tiene que, para los hacedores del informe, la violencia femenina no existe y que los 100.000 bebés asesinados por sus madres en sus propios senos sencillamente no existen. Tampoco existe la mentira femenina, las falsas acusaciones de violencia -que son las que realmente paralizan los juzgados- especialmente en casos de divorcio, y tampoco existe la prevaricación permanente de corte feminista en la Administración pública y en la Administración judicial. Ni existe la violencia femenina consistente en utilizar a los hijos contra el padre y en privar a esos hijos de su padre.

Y así, no lo duden; seguirá haciéndose incomodísima realidad el hecho de que la Ley contra la Violencia de Género generará mucho más violencia de género. Es la humillación que genera la violencia llamada psíquica, es decir, la injusticia,  la que genera la violencia física aunque, no creo que sea necesario advertirlo, no la justifica. Cuando a un padre, pacífico, se le priva de ver a sus hijos es muy probable que se convierta en un ser brutal, pues la ira siempre sigue a la injusticia.

No sólo eso: el virus feminista ha creado una mujer desamorada -incapaz de entregarse-, por desamorada degenerada -hoy en día, en España, la mujer es la que antes rompe matrimonios, vínculos y compromisos- y por degenerada, desquiciada. La depresión es la enfermedad de nuestra época.

No tenemos un problema de machismo: tenemos un problema, y muy grave, de feminismo. Claro que los machistas inteligentes -quizás una contradicción en origen y, en cualquier caso, quedan poquísimos- no se preocupan mucho por el problema: saben perfectamente que la mujer será la perjudicada por el cretinismo feminista.

Eulogio López

eulogio@hispanidad.com