Alguien dijo que los británicos no son culpables de su hipocresía, porque tienen ese defecto en tal grado que ni tan siquiera son conscientes de él.

Lo digo por todos los comentarios suscitados durante los últimos días a cuenta del partido de fútbol entre las selecciones de España y Reino Unido, el pasado miércoles 17, en el Santiago Bernabéu. Nada de ello tiene que ver con el hecho de que el viernes 19, el atleta Sebastián Coe presentara la opción de Londres como organizadora de las Olimpiadas 2012, concurso de méritos en el que también participa Madrid.

De entrada, toda manifestación de racismo debe ser condenada y perseguida socialmente hasta sofocarla en el silencio. Pero la verdad es que compañeros de prensa presentes en el campo comentan que lo que ellos vieron y oyeron no fue para tanto. De hecho, la mayoría ni lo citó en sus crónicas del día posterior al partido a pesar de que, según los británicos, el racismo recalcitrante del público español ya había asomado la oreja cuando, 24 horas antes, los sub-21 de ambos países se enfrentaron en Alcalá de Henares.

Fue la prensa británica, especialmente la amarilla, tan nacionalista que roza el fascismo, quien calentó la jornada.

Creo que Hispanidad es el único medio informativo, tradicional o cibernético, que ha pedido la apertura de fronteras a los inmigrantes. Sin embargo, el seleccionador español, Luis Aragonés, no es el prototipo de racista. Es más, no es racista en modo alguno. Con una ironía un poco infantil, había realizado unos comentarios sobre Thierry Henry, más que nada para galvanizar al delantero español, jugador del Arsenal, y José Antonio Reyes, hablando del negro de mierda. Uno siempre repite aquello de trabaja negro, que buenos mendrugos de pan te comes, lo que ocurre es que no me graba ninguna cámara de televisión.

Pero sólo fue después de la milonga hipocritona de la prensa británica cuando el mundo entero se entera de que esto, lo de Luis, era intolerable. Así que la legión de periodistas británicos desplazados a Madrid, la emprendieron con el de Hortaleza y éste, con toda razón, acabó aludiendo a las colonias inglesas, que eso sí era racismo. El hombre tenía toda la razón, pero el asedio continuó. Los ingleses, que son gente divertida y flemática, gustan decir que España exportó curas a Iberoamérica. Y así fue, y gracias a ese contingente exportador nació el mestizaje. Los anglosajones, por el contrario, se limitaron a sustituir a las poblaciones nativas por el sencillo sistema de esclavizarlas o exterminarlas. ¿Conocen ustedes a algún inglés casado con una india cheyenne? Los ingleses conquistaron la India, pero nunca se les ocurrió casarse con las indias. O eso, o el guetto sudafricano. Aragonés, créanme, tenía toda la razón.

El asunto nació en la página pornográfica y psíquicamente disminuida del Sun y el Mirror, pero pasó a su segunda fase cuando intervino el primer ministro Tony Blair (¿Le compraría usted un coche usado a Tony Blair?), quien se mostró decepcionado por el partido del Bernabéu. Yo no he dormido desde esa noche pensando en la decepción del primer ministro. Entiéndanlo : Blair no aludió, ni por un momento, a la provocación, malos modos e inmadurez de jugadores como Cole o Ronnie, que provocaron el enfado del público del Bernabéu, pero sí reparó en que el público no mantuvo el debido silencio al escuchar el himno británico. Curioso, porque no fue el público, sino el propio jugador Paul Gascoigne, quien se burló ostensiblemente del himno español durante los prolegómenos del partido Inglaterra-España, en la Eurocopa de 1996. Por cierto, el amigo Ronnie, la nueva estrella del fútbol inglés, me recuerda a Gaiscoigne cada vez más, no sé por qué será. Naturalmente, la prensa británica continuó con sus bromas sobre los toreros y los beefeater.

Blair, por tanto, levantó el banderín y fue, entonces, cuando The Guardian o The Times consideraron que debían decir las mismas necedades del Sun y el Mirror, sólo que con palabras más graves, cuando no plúmbeas.

A partir de ahí, el racismo de Britannia Vencerá no ha conocido límites: que se condene a España a jugar diez partidos a puerta cerrada y, supongo, que se cierren las fronteras a la mandarina española.

Pero el problema, como siempre en España, no es ese. El problema está dentro. El problema es que, en lugar de poner en su sitio las exageraciones inglesas, los prejuicios progres del Gobierno Zapatero y del grupo editorial que le sustenta, el de Jesús Polanco, han dado carta de naturaleza al interesado ataque británico. Así, El País se lanzó a pedir medidas contra la violencia en el fútbol y a solicitar la dimisión de Luis Aragonés (si hay un momento en el que no debe dimitir aunque pierda todos los partidos, es éste). No es de extrañar. Todavía recuerdo que, cuando el rifirrafe de Perejil, un miembro de la inteligencia militar española me comentaba que parecía necesario acusar al diario El País por traición a España. Evidentemente, ni el responsable de imagen de su Majestad Mohamed VI lo habría hecho tan bien en defensa de la postura marroquí como los editorialistas de Jesús Polanco.

La ayudante de Gregorio Peces-Barba, es decir, la ministra de Educación María Jesús San Segundo, se apresuró a ponerse a disposición de un energúmeno que, a la sazón, ocupa el cargo de ministro de Deportes de la Gran Bretaña. El propio Zapatero se puso a las órdenes incondicionales del decepcionado Blair, para promover medidas, mientras a los impulsores de la candidatura Madrid 2012 se les ponía cara de tontos. Y es que la política del Gobierno Zapatero puede resumirse de forma sencilla: el malo es Aznar. De hecho, el mundo entero es maravilloso, los ingleses son maravillosos, aunque se chuleen de España, y los franceses, y los alemanes, y Sadam Husein, y los independentistas catalanes, y los comunistas, y los nacionalistas, y Hugo Chávez y Fidel Castro. Los únicos malos que existen en el mundo son los compatriotas de derechas. El Zapaterismo adora a todos los pueblos de la tierra, menos a los cristianos y a los votantes del PP. Con esos, tolerancia cero, que son peligrosísimos.

Es un sentimiento y una psicología muy parecida a la del nacionalismo vasco, que podría resumirse así: los etarras no son buenos chicos, de acuerdo, pero los del PP, o los vascos que se sienten españoles esos son los peores de todos, esos no merecen vivir. Quien siga Hispanidad sabe que no me distingo por mi acendrado patriotismo. Incluso, quienes me conocen saben que aunque considero el patriotismo una virtud, ando muy escamado con esa deriva de algunos patriotas que ya no creen en Dios pero sí en su patria, es decir, que han caído en el fascismo. Pero, pese a todo ello, me sigue asombrando el odio que Zapatero y El País (docentes distintos, pero una sola naturaleza) profesan a España. ¿Por qué Zapatero odia a España? A fin de cuentas, es su presidente.

Pero al jocoso incidente del Bernabéu le faltaba algo. Le faltaba Beckam, ese monstruo de humanidad publicitaria que en sus ratos libres lanza faltas en el Real Madrid. Beckam, visiblemente afectado, es decir, tan decepcionado como Tony Blair, se sintió, en ocasiones, abochornado allá en el terreno de juego (sí, de vez en cuando, entre anuncio y anuncio, juega al fútbol) Bien, el hecho de que Florentino Pérez, presidente del Real Madrid, haya entrado en la demencia egolátrica no significa que tengamos que aguantar a David Beckam como maestro de moral y modelo de tolerancia. ¡Hasta ahí podríamos llegar! El majadero de Beckam es el mismo que ofende un día sí y otro también a todos los creyentes colocándose en el pecho rosarios, como amuleto antiguo o gilipollez moderna. El tuercebotas de Beckam es el mismo fulano de papel couché y azúcar cande, que ya ha conseguido realizar dos tareas al mismo tiemp andar y mascar chicle. Erigirle ya en patrón de la lucha contra el racismo y el respeto a las culturas es demasiada emoción para este viejo corazón. Beckam no debería abochornarse del comportamiento del público español: la minoría racista que allí se dio cita sólo estaba ejerciendo su libertad de expresión, al igual que Beckam ejerce su libertad de expresión colgándose rosarios del cuello. Que los negros se irriten con los insultos o que los cristianos nos cabreemos con los rosarios que el señor Beckam se cuelga al cuello es un efecto colateral no estrictamente deseado.

Y lo peor no es eso. Lo peor es que ni uno solo de los compañeros de banquillo de Beckam ha hablado para pararle lo pies al mayor tuercebotas del mundo del fútbol, donde tanto abundan los tuercebotas. Cuánta razón tenía quién dijo que cada pueblo tiene el Gobierno y la prensa que se merece, y los futbolistas que se merece.  

Eulogio López