Se reza por la mejora de las condiciones de vida y la dignidad de los trabajadores. Pero se olvida de los empresarios
Sí. Ya sé que el Primero de Mayo, fiesta internacional del Trabajo, la Iglesia celebra la festividad de San José Obrero. Se aprovecha los púlpitos para pedir por la dignidad del trabajo, luchar contra la precariedad y exigir salarios justos. Todo eso está bien, sólo que ya lo hace mucho mejor los sindicatos. Con poco éxito, pero mejor que la Iglesia.
Los sindicatos han salido a la calle para pedir menos temporalidad, más inversión en trabajo productivo y bien remunerado y educación. Pero sobre todo han reclamado que no se congelen los sueldos. Dicen que la desaceleración no la deben de pagar los trabajadores. Y tienen razón, sobre todo en un país como España donde la mayor parte de la fuerza laboral es mileurista.
A los sindicatos les ha salido un amigo en el gobierno. El ministro de Trabajo y Asuntos Sociales, Celestino Corbacho, también se ha mostrado contrario a la congelación salarial. Argumenta que la situación económica es preocupante, pero no irreversible. Estamos también de acuerdo.
Por supuesto, los sindicatos no han salido en defensa de los empresarios. Para eso está o estaba- la CEOE. Pero lo que llama la atención es que la Iglesia también ningunee a quien con su esfuerzo y la asunción de riesgo son los que crean riqueza y empleo.
Porque San José Obrero no era un empleado, era un profesional liberal. Probablemente fue un pequeño empresario que contrató eventuales en los momentos de punta de actividad. Y desde luego, el trabajo de Jesús hasta los 30 años en la empresa de su padre, le convierte claramente en una empresa familiar.
No nos referimos a los botines o efeges, sino a los sánchez y fernández que montan un taller en un polígono industrial o una tienda de barrio. Ellos son también empresarios. Crean su propio puesto de trabajo y aportan valor a la sociedad. Los más audaces llegan a contratar a más gente asumiendo riesgos personales. Son esos emprendedores sin los que el trabajo no seria posible. Que los sindicatos los olviden, se entiende. Pero no se comprende por qué la Iglesia también olvida a estos empresarios que facilitan el trabajo, la innovación y el espíritu emprendedor. Ellos, como san José, también son obreros, aunque no lo sean por cuenta ajena.