La mujer revolvió en el contenedor de basura, el deporte de moda en Madrid, y extrajo un chándal y una especie de pañoleta blanca, enorme, quizás un mantel que alguien había desechado. Se probó el chándal, pero lo rehusó, dejándolo encima del contenedor, y se quedó con el mantel. Luego montó en el automóvil donde le esperaba su esposo-chófer y partió en busca de nuevos hallazgos. No había pasado ni un minuto cuando acertó a pasar un matrimonio, español está vez, de ancianos. La mujer examino el chándal que estaba a la vista, pero, al parecer, era de la misma opinión que la joven hispana.
Es la nueva pobreza urbana madrileña. Afecta, sobre todo a los inmigrantes y tiene los perfiles de la metrópolis moderna, donde convive el dispendio de los millonarios y un nivel de miseria incomparablemente mayor que el del medio rural: coche, siempre, y vestidos en la basura. El pobre alcalde Gallardón sufre horrores. Un plan de reciclaje de residuos en origen se puede ir al guano con los nuevos buscadores de tesoros en la basura.
Es la nueva miseria. No habita en el campo sino en los extrarradios de las grandes urbes. Y a veces, no en el extrarradio. Pero eso sí: tiene coche.
Es la clase baja que ha sufrido el impacto de la crisis financiera aunque no en un primer momento. Porque la crisis es financiera y ha afectado a inversores y ahorradores. Y los matrimonios del chándal ni tienen inversiones ni tienen ahorros. El ahorrador, no digamos nada el inversor, es aquel que, una vez cubiertas sus necesidades, aún le queda algún dinero.
Al proletariado urbano -entre ellos inmigrantes y pensionistas- el impacto de la crisis -bestial impacto- les llega de otra forma. Se llama paro.
Eulogio López
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