Sr. Director:
Algunos creyentes no encuentran consuelo porque creen que su vida no importa a nadie, ni siquiera a Dios. Sobre esto he encontrado un párrafo de una de las cartas de don Ignacio Munilla, el Obispo de Palencia. Lo encabeza con el título "Dios goza y sufre con el hombre":
"Con frecuencia, nos hacemos una imagen de Dios fría e insensible hacia la suerte del hombre. Nos cuesta creer que nosotros seamos algo importante para Él.
En efecto, si dejamos de lado la revelación bíblica, estamos condenados a referirnos a Dios en términos impersonales -cual si se tratase de una energía cósmica- y con una inevitable sensación de lejanía. Si Dios está tan "distante" y es tan "distinto" a nosotros, ¿en qué le puede afectar nuestra vida: nuestros aciertos y nuestros pecados; nuestras alegrías y nuestros sufrimientos?
En la encíclica Spe Salvi, el Papa nos recuerda una preciosa cita de San Bernardo de Claraval: "Impassibilis est Deus, sed non incompassibilis" (Dios no puede padecer, pero puede compadecer). En efecto, el Dios infinito y omnipotente -en palabras de Benedicto XVI- "se hizo hombre para poder com-padecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer; de ahí se difunde en cada sufrimiento la con-solatio, el consuelo del amor participado de Dios" (Spe Salvi, n. 39).
Josefa Morales
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