Me lo preguntó mi hijo pequeño, mientras contemplábamos las manifestaciones en Roma contra la visita del presidente norteamericano George Bush. La izquierda pancartera no se habría manifestado contra el mayor tirado del mundo, el chino Jiang Zemin, que oprime al país más poblado de la tierra, ni contra el presidente indio, segundo país más poblado, donde la vencedora de  las elecciones democráticas, Sonia Ghandi, no ha podido gobernar por el doble delito de ser mujer y de procedencia italiana (ambos pecados graves, sin duda). Tampoco se manifiestan cuando en España recibimos con los brazos abiertos al rey de Arabia Saudí, Fahd Bin Abdelaziz Al Saud, un fundamentalista religioso sin paragón en el planeta, ni tampoco a Mohamed Jatami, el presidente iraní que se negó a darle la mano a SM la Reina Sofía, seguramente porque no le gusta el perfume que utiliza la soberana española.

 

Ninguno de ellos provoca manifestaciones en Europa Occidental, pero sí George Bush. Bush es el enemigo de la humanidad, Bush es el personaje que hace preguntar a los niños, ecuánimes por naturaleza, si es un dictador. Precisamente Estados Unidos, la mayor democracia del planeta. Y es lógico, dado lo que emiten nuestras televisiones, afirman nuestras radios y leemos a nuestros sesudos articulistas: Bush no sólo es el mayor sátrapa, sino el mayor torturador, el mayor asesino y el mayor imbécil del planeta. No lo dice sólo la extrema izquierda. Nos lo dicen nuestra progresía de despacho alfombrado, la progresía de izquierdas y la de derechas, los grandes expertos.

 

Algo parecido ocurrió con los reportajes y las informaciones que el domingo 6 se emitieron sobre el sexagésimo aniversario del desembarco aliado en Normandía. Cualquiera que viera la televisión o leyera la prensa progre pensaría que lo que ocurrió en Normandía fue que los franceses salvaron a los norteamericanos de los nazis.

 

Al final, la fuerza combinada de todos ellos lleva a la pregunta de mi hijo de 11 años: ¿Bush es un dictador? Una sociedad tan aborregada, tan teledirigida, como la nuestra, resulta demasiado peligrosa.

 

Juan Pablo II, quizás por aquello de la infancia espiritual, es mucho más ecuánime, como un niño. Fue el líder internacional más duro con Bush cuando el presidente norteamericano cometió el gran error de su vida, la injusta guerra de Iraq. Pues bien, es ahora cuando el Papa, en contra de lo que dice la progresía (por ejemplo, el Gobierno español de Rodríguez Zapatero), le dice que Estados Unidos tiene un compromiso con el pueblo iraquí, y son los líderes cristianos de Iraq quienes advierten que una retirada demasiado rápida del ejército norteamericano podría provocar una guerra civil o un régimen fundamentalista islámico que dejaría chiquito al tirano Sadam Husein.

 

Y así, siempre a contra corriente, el Papa regaña a Bush, tal y como recogieron los medios informativos y le coloca ante sus responsabilidades, pero, al mismo tiempo, dijo otras cosas, que no recogió la prensa internacional (nosotros lo hemos sacado, cómo no, de www.zenit.org) y que completan el círculo de la ecuanimidad: "Dios bendiga a los Estados Unidos… Al mismo tiempo, señor presidente, aprovecho esta oportunidad para reconocer el gran compromiso de su Gobierno y de numerosas agencias humanitarias de su nación, en particular las de inspiración católica, para derrotar las condiciones cada vez más insoportables de varios países africanos, que sufren a causa de conflictos fratricidas, de pandemias y de la pobreza degradante que ya no puede ser ignorada… Sigo también con gran aprecio su compromiso por la promoción de valores morales en la sociedad estadounidense, en particular los que se refieren al respeto de la vida y la familia".

 

¿A qué no escucharon nada de esto en El País, o en RTVE, o en cualquier otro canal de televisión?

 

Eulogio López