A los poderosos del mundo les traicionan otros poderosos y les roban documentos confidenciales los servicios secretos, también conocidos como cloacas del Estado. Al Papa, que no es poderoso aunque sí influyente, le traiciona el mayordomo quien, además, sabe que no va a ser muy castigado.
La leve condena de Paolo Gabriele (en la imagen) me ha llenado de emoción. De repente, hemos descubierto cómo todos aquellos que con gusto fusilarían a Benedito XVI se muestran solícitos por la seguridad del propio pontífice, ese estudioso bonachón e incauto (recuerden que cuando empezó su pontificado era un pérfido inquisidor de pasado nazi), traicionado por los cuervos que le rodean, especialmente por el secretario de Estado, Tarsicio Bertone, cuyo apellido, no deben olvidarlo, rima con Corleone. El primer protector del Papa es el propio Gabriele, el condenado y medio confeso quien se ha mostrado contrito por haber traicionado a su jefe pero asegura que todo lo ha hecho por el bien de la Iglesia.
La verdad es que, a lo largo de 20 siglos, cuando un colaborador -aunque sea el colgador de sotanas- quería ayudar a su superior jerárquico practicaba la corrección fraterna. Sin embargo, Gabriele consideró, como digo, que el pontífice era una buena persona pero un poco lelo, y entonces, siempre por amor a la Iglesia, por el bien de la Iglesia, se vio forzado a filtrarle los papales a otro gran amante del Cuerpo Místico, el periodista Gianluigi Nuzzi, quien, por amor al Papa, como creo haber dicho antes, se vio obligado a forrarse el riñón más violento, publicando un libro sobre la "lucha de poder en el Vaticano". Ni que decir tiene que hombre noble donde los haya, Nuzzi asegura haberse forrado… por amor a la Iglesia y al Papa, y realiza una defensa de Paolo, como corresponde a esta novela policiaca que reproduce la esencia del género: el malo es el mayordomo, pero el aprovechado Nuzzi asegura que no, que es el bueno.
En el entretanto, los periodistas españoles a lo suyo. Si el fallo judicial sobre el bueno de Paolo hubiera sido duro, si, por ejemplo, hubiera entrado en prisión, nuestros corresponsales en el Vaticano habrían hablado de la nueva inquisición vaticana. Como la condena ha sido débil, la cosa está clara, y así se ha encargado de relatarlo la eximia corresponsal del diario progre de derechas español, esto es, El Mundo: algo esconde el Vaticano porque el Papa, en lugar de condenar a Paolo a galeras, le va a perdonar. ¿Qué hay detrás de tal clemencia? No lo duden, algo muy malo y muy hipócrita, los mismos cuervos, es decir, los clérigos. Ante todo, ecuanimidad progresista.
Ahora bien, el caso de Paolo Gabriele me preocupa. No por los documentos robados y con los que la prensa progresista se ha montado una conspiración y una lucha de poder en el Vaticano. Para entendernos, que la culpa la tiene la víctima, en presunta lucha permanente de poder por el control de la Curia. Ya saben: Ratzinger contra Bertone, a navajazo limpio por los túneles de San Pedro.
Y me preocupa, insisto: en la sociedad de la información no existen las conspiraciones sino los consensos, que son mucho más peligrosos. Existe un consenso sobre la maldad intrínseca de los curas de El Vaticano que coincide con algunas de las revelaciones privadas -por ejemplo, aquellas de obispos contra obispos- sobre el actual momento de la Iglesia. El bueno de Paolo es un jeta mal arrepentido y bien perdonado. Pero no sé lo que hay detrás y lo que sí sé es que no es una lucha política por el poder en el Vaticano, que me parece una solemne chorrada. Entre otras cosas, porque Bertone fue ratificado por Benedicto XVI recientemente. Pero, también, sobre todo, porque las luchas en la Iglesia siempre son entre los fieles a Cristo y los infieles. Y esas son traiciones de mucho más fuste y riesgo que las filtraciones de Paolo.
Eulogio López
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