El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, es de esos hombres sonrisas incapaces de decir que no a nadie. A Ibarretxe le regaló sonrisas pero no se atrevió a negarle su plan soberanista. Y a los "rosas" lo mismo. A pesar de que en privado reconoce que la batalla homosexual no es la suya, les sonríe -con prudencia- y les asegura que el sistema financiará la operación de cambio de sexo.

 

El colectivo gay, feliz. Aseguran que el asunto se llevará al próximo Consejo Interterritorial. De momento, sólo Andalucía financia desde el 2000 las operaciones de cambio de sexo. Y sólo se hacen desde un hospital de Granada. Hasta la fecha acumulan cerca de 400 operaciones a razón de un coste de entre 15.000 y 30.000 euros a los que hay que sumar tratamiento psicológico "para aprender a vivir de una manera diferente".

 

Ni un solo comentario ante tal anuncio. Tan solo comentarios entre bambalinas sobre el impacto presupuestario de la medida. Ni una queja abierta de las comunidades gobernadas por el PP. Y es entonces cuando aparece en escena la ministra de Sanidad, Elena Salgado, afirmando que "ya veremos", que no es seguro, que se decidirá más tarde. O sea, agua al vino.

 

El debate no es nuevo. Durante la era felipista se planteó en varias ocasiones y fue el entonces ministro de Sanidad, Julián García Vargas, quien cerró la discusión afirmando que la Sanidad Pública no estaba para financiar los "caprichos" de determinados colectivos. Punto y final. Porque nuestra Sanidad afronta un enorme reto de viabilidad financiera. Mientras se debate el euro sanitario y un eventual copago, los "progres" de salón se disponen a hacerse la foto con los "rosas"  a costa del presupuesto.

 

Pero hay más. Las palabras de García Vargas son muy oportunas. No se trata sólo de limitación presupuestaria, sino de concepto. El sistema debe velar por la salud, no por los "caprichos" de aquellos que desean caminar contranatura tratando de ser lo que no son. Porque la condición sexuada, como los padres, no se escoge. Y no aceptar esta realidad es una fuente permanente de conflictos personales. La sociedad debe ayudar a estas personas a encontrarse a sí mismas, no a fomentar su esquizofrenia.