En La Pasión de Cristo, la película de Mel Gibson, el apóstol Judas rasca sus labios contra la pared hasta producirse sangre, momentos antes de ahorcarse. Pedro también negó a Cristo, sólo que en lugar de desesperarse decidió arrepentirse, lo que resulta mucho más liberador, especialmente con un Dios-Padre que siempre perdona. Los terroristas islámicos de Leganés son Judas: primero matan y luego se inmolan. Viven en el odio y prefieren morir antes que arrepentirse del mal ocasionado. Pedro, por el contrario, se arrepiente, pide perdón (la única condición para perdonar es el arrepentimiento) y se convierte en el sucesor de Cristo, en la Roca de la Iglesia.
Hay dos tipos de hombres: los que se arrepienten y los que se desesperan. No hay más alternativa. Bueno, quizás hay otra: la de los que se empeñan en convertir toda la moral (moral es algo más que decencia: no me pregunten por qué, pero creo que resultaba necesario resaltarlo) en una neurosis. Porque verán, tanto Judas como Pedro creían en el bien y en el mal; sabían cuándo habían actuado conforme a moral y cuándo no. Ahora bien, frente a los que niegan el bien y el mal, así como la verdad y la mentira, es decir, a los progres, a esos no tengo nada que decirles.
Consuela un poco saber que, en el fondo, son muchos menos de los que solemos imaginar. La razón es simple. En teoría, uno puede ser progresista; en la práctica, eso resulta absolutamente imposible. Se puede predicar progresismo, pero no ser un progre: bastarían unas pocas horas para enloquecer. El progre es el que dice "No me arrepiento de nada". Para ellos, en efecto, la Semana Santa no puede tener sentido alguno. Pero para el resto de la humanidad, ya lo creo que sí. Entre otras cosas, porque nada hay más liberador que el Sacramento de la Confesión. Las iglesias que no disponen, o que disponiendo no frecuentan el sacramento de la confesión, suelen generar sociedades tristes. Es lógico.
Eulogio López