Sr. Director:

A la facultativa Sylvie Menard se le ha diagnosticado un carcinoma de osamenta. Al conformar su papel de doctora con el de enferma le ha encaminado a trocar algunos de sus talantes frente al padecimiento.

Antes era incondicional y estaba a favor del suicidio asistido. Ahora se opone a la eutanasia. Así lo asevera en una entrevista publicada en la revista Huellas.

Veterana discípula del maestro Veronesi -inventor de la última voluntad vital en Italia- atestigua que siempre permaneció persuadida de que cada persona debe disponer de su existencia, pero cuando me puse enferma, cambié radicalmente de postura. Cuando enfermas, la muerte deja de ser algo virtual y se convierte en algo que te acompaña en la vida diaria. Y entonces me dije: voy a hacer todo lo que pueda para vivir el mayor tiempo posible. Fue en aquel momento cuando la erudita Menard ejecutó un cambio total en sus postulados y si antes se enfrentaba a los tratamientos paliativos, que los consideraba de salvajismo, ahora comprende que hoy cualquier cosa me vale, si implica una nueva posibilidad de vida.

Sylvie Menard afirma que no quiere tener dolor y que el enfermo tiene derecho a aliviarlo. En cuanto a la evocada autosuficiencia de quien, por padecimiento la extravía, Menard cavila que incluso si uno no está en la plenitud de sus facultades y no puede levantarse porque está tendido en una cama, pero sigue contando con el afecto de sus familiares, incluso en esas condiciones, merece la pena vivir.

Como aquejada y como doctora tutela con vehemencia las atenciones paliativas. Revela que son cuidados para la persona, no para la enfermedad, puesto que pueden eliminar el dolor; sigue aseverando que el remedio paliativo es todo aquello que mejora la calidad de vida del paciente en fase terminal. Y como facultativa, ratifica que a la medicina no se le pide que cure la enfermedad, sino que cure al paciente.

Se podría afirmar, como conclusión, que vivir sin raíces cristianas es vivir en el infierno.

Juan Pablo II aseveró que: El Estado tirano, presume de poder disponer de la vida de los más débiles e indefensos, desde el niño aún no nacido hasta el anciano.

Clemente Ferrer Roselló

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