Hipótesis sobre María. Vittorio Messori. Editorial Libros Libres. Hago publicidad sin disimulo porque sin disimulo aconsejo la adquisición y lectura de la obra citada, de reciente aparición.

Messori es un periodista italiano progresista convertido al Cristianismo. El pobre dice que cuando era progre, allá en La Stampa de Turín, miembro de la sección de Cultura, se aburría muchísimo con "las banalidades de Alberto Moravia y compañía", así que agradece mucho su conversión, más que nada para poder dedicarse a escribir de cosas más divertidas, por ejemplo, de las apariciones y manifestaciones  marianas.

Es curioso. La modernidad coincide en el tiempo con la etapa histórica donde se han producido más apariciones de la Virgen. A lo mejor es que lo necesitábamos más. El tiempo del empirismo coincide con las visiones de la Inmaculada Concepción. Pero no quiero escribir un comentario clásico sobre una obra tan gozosa como la que acabo de disfrutar. Prefiero que sea el autor quien lo haga. Habla Messori:

"Julien Green, escritor franco-americano: 'La máxima habilidad del diablo es dar al misterio una apariencia normal'… La estrategia del mundo para neutralizar a la Iglesia puede seguir –según los tiempos y las circunstancias - una doble dirección: o el intento de destrucción o el de asimilación. Limitándonos al siglo XX, en el Este, ¿no se ha intentado, acaso, durante décadas, destruir la fe? Y en el oeste, ¿no se ha intentado –y probablemente se intenta hoy más que nunca- asimilarla, dándole, como dice Green, una ‘apariencia corriente', reduciéndola a un tranquilizante manual ético, ‘politically correct'?".

En efecto, ni Moscú ni Wall Street, ni la filantrópica Alianza de Civilizaciones pueden aceptar que la Inmaculada se aparezca a personajes  de toda condición, aunque generalmente iletrados y socialmente despreciables. O sea, unos pringaos, que dirían mis hijos adolescentes.

Las apariciones o manifestaciones de la Virgen durante la edad moderna han sido numerosas: La Vang, París (Rue de Bac), La Salette, Lourdes, Pontmain, Knock, Fátima, Beauring y Banneux, Kibeho, Akita o Medjugorje. Los mensajes, en todos ellos, parecidos, y en los últimos, se nos anuncia, con machacona insistencia, la profética trinidad de "Aviso, Milagro y Castigo", mensaje especialmente diáfano en las apariciones de Garabandal (Cantabria, España) en 1961, unas apariciones que Messori no aborda. Es como si santa María tuviera un especial interés en recordarnos que el Juicio de las Naciones (no confundir, al menos no necesariamente, con el fin del mundo) está próximo. No se asusten por ver a un periodista económico escribir sobre el fin del mundo. Para darse cuenta de que la humanidad padece de fatiga crónica no hace falta creer en las apariciones marianas: basta con leer el periódico.    

Y también dice Messori que en lo referente a la Virgen María el pueblo creyente siempre se ha adelantado a los teólogos y al propio Magisterio. Los dogmas reconocida por la Iglesia sobre María son cuatro: Maternidad divina, Virginidad perpetua, Inmaculada Concepción y Asunción al Cielo. Este último dogma de fe sería proclamado por Pío XII en 1954, pero el pueblo llevaba cantándolo desde el siglo I.

Y con palabras que parecen hacer sido escritas para el ilustre asalariado de la cadena COPE, César Vidal, el de El Mito de María, dice Messori que todos los cultos a las diosas-madre no eran más que una exaltación de la fecundidad y un desmadre orgiástico que nada tiene que ver con el culto espiritual que se ha dado a María. Si algo sobra en la maternidad divina de María es, precisamente, el sexo. Nada más opuesto al amor a María que el culto a Astarté, diosa de la fecundidad.

Pero, sin duda, lo que mejor hace este libro para el hombre de hoy son los milagros realizados por intercesión de Nuestra Señora, así como los hechos extraordinarios de todo tipo que la ciencia no puede explicar. El Santuario de Lourdes posee todo un Comité médico (formado por creyentes y agnósticos) para separar el grano de la paja, los milagros de la Gruta de hechos naturales o la estafa. Quien quiera contemplar esos milagros no tiene más que leer este volumen o acudir a la Massabielle. Y quien quiera comprobar la inexplicable incorruptibilidad del cuerpo de Bernadette Soubirous, Emilio Zola, quien se tomó como una cuestión personal desacreditar a la vidente Soubirous, y que hasta llegó a ofrecer dinero a una mujer milagrosamente curada en Lourdes para que desapareciera de París: su misma presencia acreditaba un milagro que Zola, como buen agnóstico, no podía aceptar, aunque la ciencia le demostrara lo contrario. Ya decía Chesterton que el creyente siempre está dispuesto a poner a prueba sus dogmas, a confrontar sus creencias con la realidad; es el agnóstico el que se prohíbe a sí mismo tal práctica, porque, para él sólo existe el dogma de que los dogmas no existen, Dios no existe, por tanto, los milagros no pueden existir. ¿Y si la ciencia los prueba, demuestra y acredita? Entonces es que el método científico no ha sido correctamente empleado. El creyente juega limpio, pero el ateo siempre practica el misma dogma: "Si cara, yo gano; si cruz, tú pierdes".

¿Se imaginan a Pedro J. Ramírez o a Javier Moreno, directores de El Mundo o El País, enviando a Lourdes, o a tantos otros santuarios marianos, un equipo de investigación periodística para analizar los milagros que allí se han sucedido y se suceden? ¿Se imaginan a los susodichos investigadores volviendo a la redacción y reconociendo que, en efecto, se han producido, y producen, milagros probados? ¿Qué harían Pedro José y Javier Moreno? ¿Presentarles al premio Ortega y Gasset, publicando sus trabajos en portada, o quizás escondiendo sus textos en un cajón y pagándoles unas vacaciones en Marbella? No, no publicarían nada y ocultarían los textos, ya se sabe que el modernismo es muy civilizado, y que Janli Cebrián opina que "el silencio no ha matado a nadie". Lo que dijo Pierre-Joseph Proudhon: "Si Dios existiera deberíamos hacer como que no existe".

El que quiera "demostrar" la fe cristiana, y en concreto el carácter milagroso de las apariciones marianas, no tiene más que leer esta gozada de libro. Pero cuidado: hay peligro próximo de conversión radical.

Eulogio López