"Testimonio culminante de la verdad moral". Así calificó Juan Pablo II el martirio, repitiendo algo que ya han recordado muchos literatos a lo largo de los siglos: que cuando alguien está dispuesto a morir por una idea (ojo, a morir, no a matar) es porque esa idea merece la pena. Lo dijo Juan Pablo II en la Fiesta de San Juan Bautista, aquel que murió porque fue el único que se atrevió a decirle a un tirano que no le era lícito beneficiarse (en sentido clásico y cervantino, oiga usted) de/a la mujer de su hermano. Y es que a Herodes, como todos los sátrapas, no le molestaba mucho que alguien criticara su Régimen y/o su política (que es lo que hacen la mayoría de los medios informativos hoy en día). Lo que realmente le fastidiaba es que le amonestaran a él, que pusieran en solfa su conducta. Eso no es ningún ataque, sino el mero recordatorio de las primigenias verdades morales, pero a los tiranos soberbios, que quizás sea una reiteración, les fastidia muy mucho que les recuerden la evidencia. El soberbio no se cree poderoso, de hecho, siempre niega su poder. El ensoberbecido lo que se considera es santo. Por eso, considera que cualquier crítica a su persona supone una tremenda inmoralidad, pura malicia. Es más, un tirano consciente de sus hechos no puede causar mucho daño.

 

Pues bien, recordaba el Papa polaco que hoy también existen mártires. Por ejemplo, este fin de semana hemos vivido, en Zaragoza, que tampoco queda muy lejos, un ejemplo de martirio menor a cargo de un matrimonio militante provida, Fernando y Fabiola. Fernando estaba harto de contemplar cómo en los bajos de su casa, en una clínica abortera, se masacraba inocentes todos los días a cambio de unos buenos euros. Así que estalló y realizó una pintada en las paredes del establecimiento, llamado Clínica (es un decir) Almozara. El mensaje de la pintada era muy sencillo: "Asesinos". Lo cual, dirigido a una clínica abortista, recuerda aquel famoso dicho argentino: No te estoy insultando, te estoy informando. A consecuencia de tamaña "monstruosidad", fue detenido, se le arrebataron hasta sus gafas y se le mantuvo encerrado durante 24 horas en un calabozo tétrico, húmedo, soportando la chulería de los policías, dispuestos a dar un feroz escarmiento ante estas nuevas formas de terrorismo graffitero, no se le dio de beber sino una sola vez (abandonó el calabozo medio atontado y con los labios agrietados) y tan sólo, 10 horas después de la detención, se le ofreció un pincho de medio huevo; no se le permitió hablar con sus familiares y se le metió a empujones en la furgoneta que le llevaba al juzgado, a pesar de haberse autoinculpado del delito, esposado junto a un anciano apenas consciente de sus actos.

 

El juez se dedicó a chillarle, además de negar un "habeas corpus". Horas antes, los policías le habían amenazado con acusarle de resistencia a la autoridad. Le quitaron las gafas, por lo que apenas podía ver ni los documentos acusatorios que le presentaban. No sólo eso, sino que cuando advirtió que renunciaba a la defensa, porque "mi único defensa es Jesucristo", le hicieron comparecer ante el médico forense, quien le sometió a uno de esos test con los que, en pocas palabras, se trata de demostrar, o forzar la demostración, de que alguien está majara perdido. La verdad, en 2004, siglo XXI, que alguien confiese que su única defensa es Jesucristo, constituye una inaceptable provocación que debe ser severamente castigada por el bien de la democracia. Probablemente sin saberlo, Fernando ha sido víctima de lo que ya denunciara Clive Lewis, cuando hacía futurología hace ahora 70 años. A los creyentes no se les llevará a los tribunales, sino a la consulta del psicólogo, para curarles de su lamentable espejismo.

 

Pero, en el entretanto, la letra con sangre entra. Así, a todo lo anterior se unía la presión de la Clínica Almozara, que, como buenos carniceros, saben mucho de leyes. La palabra "Asesinos" fue suprimida en 5 minutos (ya saben, a los tiranos no les gusta que les recuerden la verdad) con agua a presión, pero la Almozara remitió un fax a los juzgados (ellos sí que saben) acusando a Fernando de todas las pintadas anteriores, que, según ellos, habían denunciado. En concreto, el borrado de la palabra asesinos lo valora la clínica en 1.200 euros (¡Qué precios, señor, qué precios!), y de paso exige a Fernando una cantidad mayor, aún sin especificar, al responsabilizarle de otras pintadas que él no cometió. Estamos hablando de un modesto camionero. De lo que se trataba era de convertir la falta en delito y de conseguir incriminarle en un nivel de mayor gravedad. A los delincuentes peligrosos y presuntos terroristas hay que escarmentarles. Jueces y policías, que también se portaron del modo más grosero posible con Fabiola, la mujer de Fernando, están para que se les aplique la ley con todo rigor, claro está.

 

Es decir, que en la festividad del martirio de San Juan Bautista, Fernando sufrió su pequeño martirio… que no ha hecho más que empezar.

 

Se merece un aplauso, ciertamente, y, como hacen los abortistas, yo también me autoinculpo de calificar como asesinos a la Clínica Almozara y a los demás mataderos abortódromos protegidos por el sistema político, informativo, legal, judicial y policial.

 

Se me olvidaba: el motivo. ¿Por qué hizo esto Fernando? Pues, porque vive al lado de la clínica, y está harto de contemplar el espectáculo del aborto, un drama que no acontece en Malí o en Uganda, sino en nuestras grandes ciudades. Niñas, más niñas que mujeres, abandonan la clínica con lágrimas en los ojos (y con 1.800 euros menos en el bolsillo), medio atontadas, como si fueran incapaces de dar un paso, marcadas de por vida. Con mucha suerte, el cerdo (esto tampoco es un insulto, es mera información) de su novio, compañero o amante, le espera fuera para decirle que tampoco es para tanto. A fin de cuentas, el fracaso de pareja posterior al aborto es tan elevado que lo más probable es que, antes de seis meses, hayan roto.

 

Esta es la verdad del aborto. Pero de todo esto, a los periódicos nos les gusta hablar.

 

Por cierto, señor juez, la autoridad tiene dos legitimidades: una de origen y otra de ejercicio. La de origen nadie se la discute, pero sí la de ejercicio. Si usted se comporta injustamente pierde su legitimidad como juez, aunque no haya conculcado la ley. Así que yo no reconozco legitimidad a un Sistema (político y judicial) que protege al asesino y persigue a su denunciante. Con la ley del aborto, se ilegitima el Rey de España, el Gobierno democráticamente elegido, sus diputados y senadores y el sistema judicial. Así nació la famosa doctrina del tiranicidio (tranquilo, señor juez, los provida no le van a matar). Así ha nacido la idea de la desobediencia civil (precisamente hoy se vive en Estados Unidos la jornada de desobediencia civil contra George Bush). Así que, servidor, como director de Hispanidad.com, se autoinculpa: Señores de Clínica Almozara son ustedes unos asesinos.   

 

Enhorabuena, Fernando. Mientras purgabas en el calabozo, Juan Pablo II hablaba de valientes como tú.

 

Eulogio López