La prueba definitiva de que la religión cristiana es la verdadera es el caos interno en el que viven y se desarrollan todas las instituciones cristianas, incluida la Iglesia. Créanme, ninguna sociedad anónima, ninguna institución política, ningún club cultural sobreviviría en medio de un caos semejante, plagado de enfrentamientos internos por cuestiones banales, con el enemigo permanentemente dentro de casa y con varios cientos de miles de creyentes convencidos de que ellos sí tienen la solución a todos los problemas, que, por lo general, consiste en que les nombren obispos, a ser posible de Roma.
Sin embargo, esa jungla es la única que sobrevive a la caída de todas las realizaciones humanas (imperios, ejércitos, gobiernos, ideologías, culturas). Y como diría Chesterton, sobrevive a pesar de las estupideces que dicen muchos de sus ministros no lo duden: Dios le asiste.
Pues bien, dentro de esta jaula de grillos que son los movimientos cristianos que participan en la arena pública, o que tratan de participar en ella, y a los que la sociedad mediática trata de silenciar a toda costa, surgen de vez en vez, propuestas no sólo interesantes, sino apasionantes. Y no de grandes prohombres o intelectuales de la fe (para el Sistema Mediático, la fe no tiene intelectuales, ser creyente es ser masa), sino de lo que Giovanni Guareschi llamaría la gente pequeña.
Verbigracia, dentro de lo que son las asociaciones en defensa de la vida humana más débil, la del no nacido, me acabo de topar con una iniciativa de Unidos por la Vida (que reproducimos en nuestra sección Cartas al Director), una asociación que lidera Pilar Gutiérrez: Piden que la Iglesia considere mártires a los niños abortados, los que nunca protestan. Es cierto que mártir es quien da su vida por la fe, pero también los Santos Inocentes no sabían por qué morían y la Iglesia los considera mártires porque si no mueren por Cristo murieron a manos de quienes odian a Cristo, esto es, murieron a causa de Cristo.
Unidos por la Vida es la misma asociación que organizó la campaña un clavel por la vida, un gesto, si quieren, pero que merecería ser el producto de uno de esos grandes consorcios norteamericanos de imagen pública, porque lo cierto es que se trata de que las víctimas del aborto, el mayor de los terrorismos modernos, la principal causa de muerte violenta, no caiga en el olvido y el mundo vuelva a considerarles lo que son: personas, en lugar de cosas. A fin de cuentas, el drama de la modernidad no es más que es la confusión entre persona y cosa. Y es la misma asociación que ha propuesto una manifestación para el próximo 20 de noviembre (festividad del Día Internacional de la Infancia. No tiene nada que ver con lo que usted sospechaba), con parada y fonda en los Ayuntamientos españoles.
En la misma línea, los responsables de Hazteoir, otro movimiento de inspiración cristiana, impulsa que la Iglesia acepte bautizar a los embriones producto de la fecundación in vitro, ahora dispuestos para ser despiezados en nombre de la ciencia. Otorgarles el bautismo sería, en efecto, un reconocimiento por parte de la Iglesia de que esos embriones, ese conjunto de células como dice la televisión pública de Zapatero, tienen genoma humano y, por tanto, son seres humanos.
Dos buenas ideas para que la jerarquía eclesiástica reflexione.
Eulogio López