El gobernador del Banco de España, Miguel Ángel Fernández Ordóñez (MAFO) se ha convirtió en estrella mediática.

No se sabe si les contó a los políticos qué entidades estaban en peligro pero desde luego algún político las filtró a la prensa con entusiasmo y ahora acusan a MAFO de haberlo hecho. La lealtad es una virtud del foro público, aunque poco practicada.

Ahora bien, dentro de esa divertida campaña anti-MAFO y en detrimento del propio sistema bancario español -mucho más sólido que el anglosajón, lo que no puede decirse de nuestra economía- lo único que se muestra es que hemos entrado en el infernal proceso de salvar bancos con dinero público, según el esquema al que nos referíamos en nuestra anterior edición: quiebran las inmobiliarias y las salvamos a través de su absorción por parte de los bancos, quiebran los bancos y los salvamos a través de su absorción por el Estado, quiebra el Estado y ¿quién lo absorbe? Los ciudadanos, claro, pagando menos impuestos, siendo cada vez más pobres y menos libres.

¿Como se para ese círculo vicioso? Pues no salvando a los bancos, dejándolos quebrar. No lo hemos hecho de grado: tendremos que hacerlo por fuerza o lo que estará en peligro no será la economía, sino la democracia.

Por cierto, las proféticas ideas de Chesterton, cuando insistía en que la verdadera batalla no se daba entre lo público y lo privado sino entre los grandes y los pequeños, también se deja ver en esta perversión de los planes de salvamento financiero -que no salvan a los financieros pero hunden a la ciudadanía- con dinero público. Si no, observen lo que ha dicho Luis Garicano: hay que salvar a aquellas entidades que puedan provocar riesgo sistémico. Es decir, a los grandes bancos. Ya saben, lo del inefable Eduardo  Barreiros: Ya debo 100.000 millones de pesetas. Ahora ya puedo dormir tranquilo, mi deuda es una deuda de Estado

Por cierto, el regocijante espectáculo de ver al FMI pidiendo la nacionalización de la banca es algo que sólo esta generación, la que sufre la madre de todas las crisis, ha podido tener el regocijo de experimentar: ¡Hummmm...!

Eulogio López

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